Historia de la Lógica Transcursiva (Capítulo 289)
Cuaderno XII (páginas 1737 a 1742)
(Hoy continuamos con los colores ocultos)
Principios básicos del funcionamiento de los colores ocultos
Una de las maneras de comprender el funcionamiento genético en biología es analizar las mutaciones. Dado que una mutación, en general, es producto de una inactivación de uno o más genes, la expresión superficial de esta ‘anomalía’ puede orientar sobre dónde se originó y explicar las transformaciones que se hacen evidentes.
Para entender de una manera simple a qué nos referimos con el término mutación, bastará con imaginar lo que ocurría si en el caso de la célula mensajera (vista en un punto anterior) por un ‘error’ de interpretación, la mitad de los elementos celulares nucleares, ubicados correctamente cada uno en su respectivo cuadrito de color, leyera la hoja Nº 2 de su manual de instrucciones, en vez de la Nº 1 como el resto, para generar la primera parte del mensaje. El resultado, en la superficie, sería un mensaje, que por lo menos para nosotros, resultaría incomprensible ya que aparecería en la pantalla algo como esto: ESTVA (en vez de ESTOY).
De una manera similar proponemos, en el estudio de las lenguas, el análisis de las variaciones que existen entre ellas, pero abordándolas desde el punto de vista genético (tal como entendemos el término en este estudio).
La inactivación de un gen en biología significa que, o un órgano o un conjunto de ellos no se desarrollan o bien que una función determinada, en un órgano presente, no se lleva a cabo.
Un supuesto paralelo lingüístico (que luego desarrollaremos más ampliamente) es el caso de la (des)cortesía. En muchas lenguas, si removemos una palabra determinada en una frase, esta se puede transformar en una incorrección gramatical y/o en una aseveración sin sentido, pero en otras ocasiones, como sucede por ejemplo, con la palabra gracias, al ser suprimida en una expresión, no modifica su legalidad gramatical ni su sentido, pero sí transforma a una expresión cortés, en una manifestación de descortesía. Este hallazgo tan común y que ha orientado muchos de los estudios actuales sobre el tema de la cortesía, no deja de ser una convención y nada nos dice de las características de las lenguas analizadas desde la cortesía. Lo pragmático del lenguaje solo tiene valor como tal; es decir, solo puede orientar hacia los bienes de uso, pero poco es lo que aporta sobre los elementos íntimos que hacen a una lengua en su esencia, ya que las diferencias significativas entre una lengua y otra no son una cuestión de código sino de interpretación. De esto se colige que, asignarle el mote de primitiva a una lengua, por no disponer de estructuras que ayuden a expresar un comportamiento supuestamente cortés (y por ende, supuestamente culto), es cuando menos, un improperio.
Antes de llegar al análisis comparativo entre dos lenguas tomadas como ejemplo, haremos un ejercicio teórico para poner en evidencia el método a utilizar en esta comparativa.
Vamos a suponer que S, V y O, los componentes superficiales del REM, son elementos mutantes que derivan de un color oculto (el BLANCO) y que ⊽ (el NEGRO) es quien fusiona los componentes profundos que son consecuencia directa de la combinación (de a pares) de los elementos superficiales, y por supuesto, de los colores profundos que de esto se derivan. La figura siguiente detalla el esquema propuesto.
La fórmula cromática de un REM evolucionado, según se deduce de la figura adjunta, sería: S, sv, V, vo, O, os (azul, magenta, rojo, amarillo, verde, ciano). Los colores AZUL y VERDE, en la superficie (en la apariencia) son opuestos y complementarios, esto hace que, por ejemplo, si se perdiera S sería reemplazado por O y viceversa. El primer caso representa la situación planteada en el lenguaje natural de los animales, cuya estructura superficial es OVO, y por lo tanto, su fórmula cromática sería: O, ov, V, vo, O, oo (verde, amarillo, rojo, amarillo, verde, verde). El caso inverso, es decir, la pérdida de O, plantearía una estructura superficial: SVS que como ya sugerimos, explicaría el lenguaje formal. Su fórmula cromática sería: S, sv, V, vs, S, ss (azul, magenta, rojo, magenta, azul, azul).
Los ejemplos anteriores sirven para ver la profunda modificación que se produce en la superficie como consecuencia del reemplazo de un solo color primario, es decir, se pasa de ‘reflejar’ el arco iris, a una conformación cromática que nada tiene que ver con él, situación que, más allá de los meros colores, está representando una profunda modificación en los elementos activos y sus relaciones, que en definitiva, son los que dictarán de qué tipo de lenguaje se trata: sígnico (el del animal) o simbólico formal (el del científico).
Proponemos que en todas las lenguas sucede algo similar a lo planteado en los lenguajes naturales y que tales alternativas tienen sus raíces en la identidad de los distintos elementos.
Esta forma de encarar el estudio nos permitirá predecir qué tipo de estructura tendremos en una lengua cuando una característica distintiva ‘regional’ representada por un determinado color ‘se pierde’ o ‘no se expresa en la superficie’. Los distintos elementos superficiales (S, V, O) de un REM son los encargados de ‘producir’ los colores ocultos y por tanto, también de otorgar las distintas identidades (como ya lo hemos visto).
Valiéndonos de un esquema como el propuesto podremos decir que dos lenguas, por distintas que parezcan, tienen una disposición ‘oculta’ semejante y que el cambio que se opera en la apariencia se debe a solo dos circunstancias: por un lado, una alteración, no del código, sino de su interpretación, y por otro, una alteración del elemento que otorga una identidad determinada. Se produce una variación en la producción de los colores ocultos. En cualquiera de los casos anteriores los colores ocultos representan un marco de referencia y no un conjunto de ‘instrucciones’ de cómo ‘fabricar’ un verbo, un sustantivo o un adjetivo, o cualquier parte de una expresión lingüística.
Las lenguas que utilizaremos en el ejercicio serán: el Español y el Hopi y el método que emplearemos para establecer disparidades y semejanzas se basará entonces, en dos premisas fundamentales: a) Cada uno de los elementos del REM que dé origen a la LMU de la cual deriven las lenguas consideradas es necesario para un color oculto particular, y la combinación de estos colores determinará una identidad segmentaria específica en una expresión dada; y b) El rol habitual de estos elementos constitutivos será generar los colores ocultos en sus respectivos segmentos expresivos.
Una variación que ‘inactive’ o ‘remueva’ uno o más de estos elementos identitarios, resultará en la ‘pérdida’ o modificación de un color y por tanto, en la modificación de alguna de las identidades.
Cuando en un punto anterior hablábamos de una ‘fila de genes reguladores’ nos estábamos refiriendo, precisamente, a este esquema que acabamos de plantear a través de los colores ocultos y sus elementos productores.
Como todo el mecanismo tiene una base binaria (no olvidemos que opera en la monocontextura de nuestro mundo evidente), la expresión de un determinado gen, simplemente, se puede hacer manifiesta mediante un ‘1’ colocado en el ‘casillero’ respectivo, así como su inactivación, mediante un ‘0’ en ese mismo lugar.
Las consideraciones anteriores nos ayudarán a establecer un patrón de actividad expresiva mediante el ‘rastreo’ de los ‘genes’ que estén activados en un tiempo dado, o que, por no estar activados, permanezcan ocultos. El problema entonces se restringe a ¿cómo distinguimos, por ejemplo, una estructura sintáctica específica?
En biología se usa, para identificar si un gen está o no activo o presente, las llamadas sondas moleculares {Son moléculas de distinto grado de complejidad (ARN o Proteínas) que por ser complementarias a las moléculas que se buscan (o rastrean), se adhieren a ellas (en caso de existir en el organismo en que se busca), y mediante un artilugio bioquímico, el complejo: molécula buscada+sonda molecular, se tiñe de un color determinado por lo que es fácil ubicar en la observación ocular, el o los lugares en donde ese gen estudiado, se expresa, pues aparece ese color en la superficie}. En nuestro caso vamos (metafóricamente se entiende) a utilizar un procedimiento similar. Estas sondas (que aquí las podríamos llamar sondas sintácticas, ya que el propósito es averiguar la correspondencia o no entre las estructuras de dos expresiones) serán de dos tipos: i) aquellas que pueden reconocer un subjetivón (la escala de grises que regula la disposición estructural), y ii) las que pueden reconocer una expresión completa. Las sondas del primer tipo hacen su reconocimiento en los productos que surgieron en la etapa de transcripción de una lengua (o sea: a muy poco andar desde su origen) y que tienen que ver con la sintaxis, mientras que las del segundo grupo, permiten rastrear elementos que aparecieron en la etapa de traducción (que representa la etapa previa a la funcionalización lingüística definitiva que aparece en la lengua ‘madura’ y que le otorga el manejo semántico).
Whorf (1971, p. 67) nos enseña que, referido a los verbos, el Hopi formaliza de distintas maneras el contraste entre punto y extensión en el emplazamiento de un fenómeno, haciéndolo independiente del tiempo, del espacio o de ambos. Los verbos Hopi también tienen tres tiempos, pero agrupados de otra forma:
1) Positivo (presente – pasado)
2) Futuro
3) Generalizado (usitativo). Los verbos pertenecen a varias conjugaciones distintas pero en la más importante de ellas, en tamaño, se encuentra el aspecto segmentativo que consiste en una reduplicación final de la raíz CVCV (que se encuentra en tercera persona del singular de la voz intransitiva), más el sufijo durativo –ta, lo que produce una modificación en el significado del vocablo simple.
El cambio se manifestaría a través de un fenómeno que, indicado por la raíz y mostrado en su aspecto preciso en forma de manifestación sobre un punto, se convierte en la exteriorización de una serie de segmentos repetidos e interconectados de un fenómeno mayor y de un carácter segmental más amplio, cuya extensión se realiza en una dimensión que permanece indiferente al espacio, al tiempo, o ambos simultáneamente.
Tomaremos como único ejemplo el que muestra la figura siguiente.
Según lo muestra la figura anterior la forma genérica (fórmula cromática) de la acción Hopi sería: lo puntual y su extensión como duración {Que es también como se ha calificado en este estudio al tiempo interno (subjetivo) de la mano de Bergson}, es decir, desde el punto de vista de nuestra geometría funcional sería un acontecimiento que se manifiesta sucesivamente como un punto (lo preciso y adimensional), una línea (la reduplicación, lo unidimensional) y un plano (la extensión, lo bidimensional), afirmando de esta manera el qué y el cuándo en forma simultánea sin otorgar preponderancia a ninguno de ellos. Aunque dadas sus características fundamentales que son:
I. No requerir de un agente externo.
II. Manifestarse en forma recursiva (luego de un cambio no aparente que se acumula y es disparado ante una determinada situación interna).
III. No tener duración externa, sino interna.
IV. Mostrar actividad y resultado al mismo tiempo sin precisar de dónde viene; en realidad, se puede asimilar, absolutamente, a la dinámica de nuestro ⊽, ya que equivale a un proceso de reorganización, o sea, a un cambio no aparente que se resume, cromáticamente, en el NEGRO que, como ya vimos anteriormente, se deriva de los colores secundarios reflejados de la superficie: MAGENTA, AMARILLO y CIANO.
Según la Lógica Transcursiva, el Hopi, pertenece al dominio SOV y por tanto, a la variante levógira, contrariamente al Español que integra el dominio SVO y por ende es una lengua dextrógira. La figura siguiente muestra la fórmula cromática de ambas lenguas.
Aplicando el método de la sonda sintáctica (en este caso), veremos en qué se transforma un verbo Hopi cuando lo pasamos al Español (figura siguiente).
Como muestra la figura adjunta, si hacemos ‘reaccionar’ (se le aplica un XOR) el núcleo (lo superficial, lo representado por el BLANCO) de la expresión Hopi con una sonda (que va en busca de lo superficial del Español) que en este caso es la gameta de la expresión española (y se usa ésta porque es de la misma variante que el núcleo Hopi; es decir, levógira), obtenemos un producto intermedio (neutro: sin sentido de giro alguno), que lo hemos llamado empalme sígnico, pues, al remedar una de las variantes del lenguaje natural de los animales, nos dice de la lógica básica común que tienen estas dos lenguas, y por otro lado, da sentido al uso, en el Hopi, del tiempo de verbo positivo (presente – pasado), ya que según se vio en el capítulo 2, el formato de tiempo que se maneja en esta etapa filogenética del lenguaje es idéntica.
Si este empalme sígnico lo hacemos reaccionar (le aplicamos un XOR), ahora sí, con la gameta Hopi (lo representante del NEGRO en esta lengua) que es de giro dextrógiro (recordar que la gameta siempre ‘gira en sentido opuesto’ al núcleo), obtenemos lo BLANCO (superficial) del Español, que es lo que estábamos buscando, probando de esta manera, que la sonda sintáctica fue efectiva, pues logró extraer de la estructura Hopi su complementario: SVO; demostrándose entonces que la expresión Hopi, que por distintas circunstancias (socio-culturales) tenía un ‘gen’ inactivo en su estructura, se hizo presente (también por las mismas circunstancias) en una expresión en Español, al activarse. Pero lo concreto y trascendente es que el ‘gen’ siempre estuvo presente desde el origen mismo en ambas lenguas, que según sugiere lo que acabamos de ver, es un origen común.
Este, en apariencia, muy limitado análisis que hemos hecho de un solo verbo sirve sin embargo para afianzar varios aspectos de nuestro enfoque. En primer lugar, demostrar la operatividad del método empleado. En segundo lugar, mirar con otros ojos las relaciones que ligan a las distintas lenguas e intentar alguna explicación de sus diferencias. En tercer lugar, al profundizar de alguna manera en la visión de la realidad que tiene el pueblo Hopi, darse cuenta que los Sistemas Reales son iguales para todos, no importando la distribución geográfica o temporal, confirmando la no procedencia del relativismo Whorfiano, ya que las lenguas parecen organizarse en función de la experiencia y no al revés. El hecho que la lengua Hopi no contenga referencia alguna (ni explícita ni implícita) al tiempo (Whorf, 1971, p- 74) (tal como lo entendemos, y mal expresamos nosotros en nuestra lengua), no significa que esta lengua no pueda explicar perfectamente todo fenómeno observable en el universo.
Esto último depende de una cuestión de interpretación y no de un código deficiente o primitivo.
Disiento con Whorf (1971, p. 74) cuando dice que el tiempo en el Hopi ‘desaparece’. Creo que lo que sucede es que se interpreta de otra forma y no me refiero a que nosotros lo hagamos matemáticamente de la mano de la relatividad einsteiniana, y ellos lo hagan aparentemente de una manera simplemente lingüística, sino que se interpreta un único patrón cromático profundo de otra manera, a pesar de tener un origen común. Sostenemos firmemente, que en nuestro caso, la herencia social (que luego desarrollaremos) se encargó de modificar la concepción del tiempo y hacerlo esclavo del acerbo judeocristiano que consolidó el tiempo lineal tripartito.
Finalmente, el simple ejemplo presentado, sirve para percatarse de que el reinado de la estructura sujeto – predicado que ha sido y sigue siendo considerada como imprescindible para pensar y comunicarse, pierde sustento cuando aprendemos a mirarla desde adentro; es decir, desde la policontextura; comprobándose así que la gramática ‘sujeto – predicado’ no se corresponde con un universal del lenguaje natural simbólico, sino más bien, con el esquema sujeto – acción – objeto que hemos planteado desde el lenguaje universal.
Se debe tener en cuenta que el esquema aludido solo muestra (aparentemente) ser universal en las lenguas que derivan del griego en donde, hay cosas independientes, sustancias que se denominan con los sustantivos que muestran propiedades o atributos, que se designan con adjetivos; y hay cambios o sucesos en el mundo que relacionan tales cosas y se reflejan en los verbos; cimentándose así la ‘doctrina de las clases de palabras’ en una ontología del ser. Esto que a priori parece otorgar una ventaja al plantear una estructura convenientemente uniforme, endilga a todas estas lenguas una marcada ambigüedad, como la que podemos constatar en la siguiente expresión: “Puedo ver la llegada desde el cerro”.
¿Aquí, el término ‘llegada’ representa un sustantivo (la señal que indica el final de una competencia); un adjetivo (la meta de una competencia); o un verbo (la acción y resultado del llegar de los competidores)?
En el Hopi, no ‘contaminado culturalmente’ se puede ‘ver’ en el interior de la policontextura; algo evidente en el análisis que hace de la realidad en términos de ‘acontecimientos’ en vez de cosas, sustancias o materias, justificándose de este modo que, un sustantivo en Español (fleco), sea un verbo (flaquear {pido disculpas a Whorf por lo precario de la traducción}) en Hopi.
Tal vez se pueda encontrar una explicación más gramatical a lo que hemos presentado como ejemplo si se tiene en cuenta que estos verbos Hopi, como ya dijimos, surgen desde una raíz que se encuentra en voz intransitiva. Los verbos intransitivos (los absolutos de Nebrija) (Martinez Amador, 1966, p. 1439) a los que también se los llama neutros son los que expresan una predicación completa, o sea, expresan una idea sin que la acción recaiga sobre alguna persona o cosa. Dada esta característica excluyen, de facto, el complemento directo, ya que no existe cosa alguna independiente del sujeto, que participe en la expresión. Entre estos verbos intransitivos se cuentan los verbos de estado que sirven para expresar una situación más o menos fija y estable del sujeto y cuyo prototipo en nuestra lengua es el verbo estar (aunque hay muchos otros, como por ejemplo: llegar), y en los cuales la intervención del sujeto está más que restringida, puesto que no es él el que produce la acción, sino que es ésta la que en él se manifiesta. Gramaticalmente hablando, estos verbos ocupan un lugar intermedio entre los verbos activos y los pasivos; ¿no será esta la frontera (el Rubicón) que las lenguas greco-dependientes cruzaron, abalanzándose sobre la ambigüedad? ¡Alea iacta est! Dicho de otra forma, ¿la palabra ‘llegada’, en Español, no tendría que haber sido un verbo y nada más?
¡Nos vemos mañana!
(Hoy continuamos con los colores ocultos)
Principios básicos del funcionamiento de los colores ocultos
Una de las maneras de comprender el funcionamiento genético en biología es analizar las mutaciones. Dado que una mutación, en general, es producto de una inactivación de uno o más genes, la expresión superficial de esta ‘anomalía’ puede orientar sobre dónde se originó y explicar las transformaciones que se hacen evidentes.
Para entender de una manera simple a qué nos referimos con el término mutación, bastará con imaginar lo que ocurría si en el caso de la célula mensajera (vista en un punto anterior) por un ‘error’ de interpretación, la mitad de los elementos celulares nucleares, ubicados correctamente cada uno en su respectivo cuadrito de color, leyera la hoja Nº 2 de su manual de instrucciones, en vez de la Nº 1 como el resto, para generar la primera parte del mensaje. El resultado, en la superficie, sería un mensaje, que por lo menos para nosotros, resultaría incomprensible ya que aparecería en la pantalla algo como esto: ESTVA (en vez de ESTOY).
De una manera similar proponemos, en el estudio de las lenguas, el análisis de las variaciones que existen entre ellas, pero abordándolas desde el punto de vista genético (tal como entendemos el término en este estudio).
La inactivación de un gen en biología significa que, o un órgano o un conjunto de ellos no se desarrollan o bien que una función determinada, en un órgano presente, no se lleva a cabo.
Un supuesto paralelo lingüístico (que luego desarrollaremos más ampliamente) es el caso de la (des)cortesía. En muchas lenguas, si removemos una palabra determinada en una frase, esta se puede transformar en una incorrección gramatical y/o en una aseveración sin sentido, pero en otras ocasiones, como sucede por ejemplo, con la palabra gracias, al ser suprimida en una expresión, no modifica su legalidad gramatical ni su sentido, pero sí transforma a una expresión cortés, en una manifestación de descortesía. Este hallazgo tan común y que ha orientado muchos de los estudios actuales sobre el tema de la cortesía, no deja de ser una convención y nada nos dice de las características de las lenguas analizadas desde la cortesía. Lo pragmático del lenguaje solo tiene valor como tal; es decir, solo puede orientar hacia los bienes de uso, pero poco es lo que aporta sobre los elementos íntimos que hacen a una lengua en su esencia, ya que las diferencias significativas entre una lengua y otra no son una cuestión de código sino de interpretación. De esto se colige que, asignarle el mote de primitiva a una lengua, por no disponer de estructuras que ayuden a expresar un comportamiento supuestamente cortés (y por ende, supuestamente culto), es cuando menos, un improperio.
Antes de llegar al análisis comparativo entre dos lenguas tomadas como ejemplo, haremos un ejercicio teórico para poner en evidencia el método a utilizar en esta comparativa.
Vamos a suponer que S, V y O, los componentes superficiales del REM, son elementos mutantes que derivan de un color oculto (el BLANCO) y que ⊽ (el NEGRO) es quien fusiona los componentes profundos que son consecuencia directa de la combinación (de a pares) de los elementos superficiales, y por supuesto, de los colores profundos que de esto se derivan. La figura siguiente detalla el esquema propuesto.
La fórmula cromática de un REM evolucionado, según se deduce de la figura adjunta, sería: S, sv, V, vo, O, os (azul, magenta, rojo, amarillo, verde, ciano). Los colores AZUL y VERDE, en la superficie (en la apariencia) son opuestos y complementarios, esto hace que, por ejemplo, si se perdiera S sería reemplazado por O y viceversa. El primer caso representa la situación planteada en el lenguaje natural de los animales, cuya estructura superficial es OVO, y por lo tanto, su fórmula cromática sería: O, ov, V, vo, O, oo (verde, amarillo, rojo, amarillo, verde, verde). El caso inverso, es decir, la pérdida de O, plantearía una estructura superficial: SVS que como ya sugerimos, explicaría el lenguaje formal. Su fórmula cromática sería: S, sv, V, vs, S, ss (azul, magenta, rojo, magenta, azul, azul).
Los ejemplos anteriores sirven para ver la profunda modificación que se produce en la superficie como consecuencia del reemplazo de un solo color primario, es decir, se pasa de ‘reflejar’ el arco iris, a una conformación cromática que nada tiene que ver con él, situación que, más allá de los meros colores, está representando una profunda modificación en los elementos activos y sus relaciones, que en definitiva, son los que dictarán de qué tipo de lenguaje se trata: sígnico (el del animal) o simbólico formal (el del científico).
Proponemos que en todas las lenguas sucede algo similar a lo planteado en los lenguajes naturales y que tales alternativas tienen sus raíces en la identidad de los distintos elementos.
Esta forma de encarar el estudio nos permitirá predecir qué tipo de estructura tendremos en una lengua cuando una característica distintiva ‘regional’ representada por un determinado color ‘se pierde’ o ‘no se expresa en la superficie’. Los distintos elementos superficiales (S, V, O) de un REM son los encargados de ‘producir’ los colores ocultos y por tanto, también de otorgar las distintas identidades (como ya lo hemos visto).
Valiéndonos de un esquema como el propuesto podremos decir que dos lenguas, por distintas que parezcan, tienen una disposición ‘oculta’ semejante y que el cambio que se opera en la apariencia se debe a solo dos circunstancias: por un lado, una alteración, no del código, sino de su interpretación, y por otro, una alteración del elemento que otorga una identidad determinada. Se produce una variación en la producción de los colores ocultos. En cualquiera de los casos anteriores los colores ocultos representan un marco de referencia y no un conjunto de ‘instrucciones’ de cómo ‘fabricar’ un verbo, un sustantivo o un adjetivo, o cualquier parte de una expresión lingüística.
Las lenguas que utilizaremos en el ejercicio serán: el Español y el Hopi y el método que emplearemos para establecer disparidades y semejanzas se basará entonces, en dos premisas fundamentales: a) Cada uno de los elementos del REM que dé origen a la LMU de la cual deriven las lenguas consideradas es necesario para un color oculto particular, y la combinación de estos colores determinará una identidad segmentaria específica en una expresión dada; y b) El rol habitual de estos elementos constitutivos será generar los colores ocultos en sus respectivos segmentos expresivos.
Una variación que ‘inactive’ o ‘remueva’ uno o más de estos elementos identitarios, resultará en la ‘pérdida’ o modificación de un color y por tanto, en la modificación de alguna de las identidades.
Cuando en un punto anterior hablábamos de una ‘fila de genes reguladores’ nos estábamos refiriendo, precisamente, a este esquema que acabamos de plantear a través de los colores ocultos y sus elementos productores.
Como todo el mecanismo tiene una base binaria (no olvidemos que opera en la monocontextura de nuestro mundo evidente), la expresión de un determinado gen, simplemente, se puede hacer manifiesta mediante un ‘1’ colocado en el ‘casillero’ respectivo, así como su inactivación, mediante un ‘0’ en ese mismo lugar.
Las consideraciones anteriores nos ayudarán a establecer un patrón de actividad expresiva mediante el ‘rastreo’ de los ‘genes’ que estén activados en un tiempo dado, o que, por no estar activados, permanezcan ocultos. El problema entonces se restringe a ¿cómo distinguimos, por ejemplo, una estructura sintáctica específica?
En biología se usa, para identificar si un gen está o no activo o presente, las llamadas sondas moleculares {Son moléculas de distinto grado de complejidad (ARN o Proteínas) que por ser complementarias a las moléculas que se buscan (o rastrean), se adhieren a ellas (en caso de existir en el organismo en que se busca), y mediante un artilugio bioquímico, el complejo: molécula buscada+sonda molecular, se tiñe de un color determinado por lo que es fácil ubicar en la observación ocular, el o los lugares en donde ese gen estudiado, se expresa, pues aparece ese color en la superficie}. En nuestro caso vamos (metafóricamente se entiende) a utilizar un procedimiento similar. Estas sondas (que aquí las podríamos llamar sondas sintácticas, ya que el propósito es averiguar la correspondencia o no entre las estructuras de dos expresiones) serán de dos tipos: i) aquellas que pueden reconocer un subjetivón (la escala de grises que regula la disposición estructural), y ii) las que pueden reconocer una expresión completa. Las sondas del primer tipo hacen su reconocimiento en los productos que surgieron en la etapa de transcripción de una lengua (o sea: a muy poco andar desde su origen) y que tienen que ver con la sintaxis, mientras que las del segundo grupo, permiten rastrear elementos que aparecieron en la etapa de traducción (que representa la etapa previa a la funcionalización lingüística definitiva que aparece en la lengua ‘madura’ y que le otorga el manejo semántico).
Whorf (1971, p. 67) nos enseña que, referido a los verbos, el Hopi formaliza de distintas maneras el contraste entre punto y extensión en el emplazamiento de un fenómeno, haciéndolo independiente del tiempo, del espacio o de ambos. Los verbos Hopi también tienen tres tiempos, pero agrupados de otra forma:
1) Positivo (presente – pasado)
2) Futuro
3) Generalizado (usitativo). Los verbos pertenecen a varias conjugaciones distintas pero en la más importante de ellas, en tamaño, se encuentra el aspecto segmentativo que consiste en una reduplicación final de la raíz CVCV (que se encuentra en tercera persona del singular de la voz intransitiva), más el sufijo durativo –ta, lo que produce una modificación en el significado del vocablo simple.
El cambio se manifestaría a través de un fenómeno que, indicado por la raíz y mostrado en su aspecto preciso en forma de manifestación sobre un punto, se convierte en la exteriorización de una serie de segmentos repetidos e interconectados de un fenómeno mayor y de un carácter segmental más amplio, cuya extensión se realiza en una dimensión que permanece indiferente al espacio, al tiempo, o ambos simultáneamente.
Tomaremos como único ejemplo el que muestra la figura siguiente.
Caracterización del verbo Hopi (extraído de Whorf, 1971, p. 68)
Según lo muestra la figura anterior la forma genérica (fórmula cromática) de la acción Hopi sería: lo puntual y su extensión como duración {Que es también como se ha calificado en este estudio al tiempo interno (subjetivo) de la mano de Bergson}, es decir, desde el punto de vista de nuestra geometría funcional sería un acontecimiento que se manifiesta sucesivamente como un punto (lo preciso y adimensional), una línea (la reduplicación, lo unidimensional) y un plano (la extensión, lo bidimensional), afirmando de esta manera el qué y el cuándo en forma simultánea sin otorgar preponderancia a ninguno de ellos. Aunque dadas sus características fundamentales que son:
I. No requerir de un agente externo.
II. Manifestarse en forma recursiva (luego de un cambio no aparente que se acumula y es disparado ante una determinada situación interna).
III. No tener duración externa, sino interna.
IV. Mostrar actividad y resultado al mismo tiempo sin precisar de dónde viene; en realidad, se puede asimilar, absolutamente, a la dinámica de nuestro ⊽, ya que equivale a un proceso de reorganización, o sea, a un cambio no aparente que se resume, cromáticamente, en el NEGRO que, como ya vimos anteriormente, se deriva de los colores secundarios reflejados de la superficie: MAGENTA, AMARILLO y CIANO.
Según la Lógica Transcursiva, el Hopi, pertenece al dominio SOV y por tanto, a la variante levógira, contrariamente al Español que integra el dominio SVO y por ende es una lengua dextrógira. La figura siguiente muestra la fórmula cromática de ambas lenguas.
Fórmulas Cromáticas
Aplicando el método de la sonda sintáctica (en este caso), veremos en qué se transforma un verbo Hopi cuando lo pasamos al Español (figura siguiente).
Como muestra la figura adjunta, si hacemos ‘reaccionar’ (se le aplica un XOR) el núcleo (lo superficial, lo representado por el BLANCO) de la expresión Hopi con una sonda (que va en busca de lo superficial del Español) que en este caso es la gameta de la expresión española (y se usa ésta porque es de la misma variante que el núcleo Hopi; es decir, levógira), obtenemos un producto intermedio (neutro: sin sentido de giro alguno), que lo hemos llamado empalme sígnico, pues, al remedar una de las variantes del lenguaje natural de los animales, nos dice de la lógica básica común que tienen estas dos lenguas, y por otro lado, da sentido al uso, en el Hopi, del tiempo de verbo positivo (presente – pasado), ya que según se vio en el capítulo 2, el formato de tiempo que se maneja en esta etapa filogenética del lenguaje es idéntica.
Si este empalme sígnico lo hacemos reaccionar (le aplicamos un XOR), ahora sí, con la gameta Hopi (lo representante del NEGRO en esta lengua) que es de giro dextrógiro (recordar que la gameta siempre ‘gira en sentido opuesto’ al núcleo), obtenemos lo BLANCO (superficial) del Español, que es lo que estábamos buscando, probando de esta manera, que la sonda sintáctica fue efectiva, pues logró extraer de la estructura Hopi su complementario: SVO; demostrándose entonces que la expresión Hopi, que por distintas circunstancias (socio-culturales) tenía un ‘gen’ inactivo en su estructura, se hizo presente (también por las mismas circunstancias) en una expresión en Español, al activarse. Pero lo concreto y trascendente es que el ‘gen’ siempre estuvo presente desde el origen mismo en ambas lenguas, que según sugiere lo que acabamos de ver, es un origen común.
Este, en apariencia, muy limitado análisis que hemos hecho de un solo verbo sirve sin embargo para afianzar varios aspectos de nuestro enfoque. En primer lugar, demostrar la operatividad del método empleado. En segundo lugar, mirar con otros ojos las relaciones que ligan a las distintas lenguas e intentar alguna explicación de sus diferencias. En tercer lugar, al profundizar de alguna manera en la visión de la realidad que tiene el pueblo Hopi, darse cuenta que los Sistemas Reales son iguales para todos, no importando la distribución geográfica o temporal, confirmando la no procedencia del relativismo Whorfiano, ya que las lenguas parecen organizarse en función de la experiencia y no al revés. El hecho que la lengua Hopi no contenga referencia alguna (ni explícita ni implícita) al tiempo (Whorf, 1971, p- 74) (tal como lo entendemos, y mal expresamos nosotros en nuestra lengua), no significa que esta lengua no pueda explicar perfectamente todo fenómeno observable en el universo.
Esto último depende de una cuestión de interpretación y no de un código deficiente o primitivo.
Disiento con Whorf (1971, p. 74) cuando dice que el tiempo en el Hopi ‘desaparece’. Creo que lo que sucede es que se interpreta de otra forma y no me refiero a que nosotros lo hagamos matemáticamente de la mano de la relatividad einsteiniana, y ellos lo hagan aparentemente de una manera simplemente lingüística, sino que se interpreta un único patrón cromático profundo de otra manera, a pesar de tener un origen común. Sostenemos firmemente, que en nuestro caso, la herencia social (que luego desarrollaremos) se encargó de modificar la concepción del tiempo y hacerlo esclavo del acerbo judeocristiano que consolidó el tiempo lineal tripartito.
Finalmente, el simple ejemplo presentado, sirve para percatarse de que el reinado de la estructura sujeto – predicado que ha sido y sigue siendo considerada como imprescindible para pensar y comunicarse, pierde sustento cuando aprendemos a mirarla desde adentro; es decir, desde la policontextura; comprobándose así que la gramática ‘sujeto – predicado’ no se corresponde con un universal del lenguaje natural simbólico, sino más bien, con el esquema sujeto – acción – objeto que hemos planteado desde el lenguaje universal.
Se debe tener en cuenta que el esquema aludido solo muestra (aparentemente) ser universal en las lenguas que derivan del griego en donde, hay cosas independientes, sustancias que se denominan con los sustantivos que muestran propiedades o atributos, que se designan con adjetivos; y hay cambios o sucesos en el mundo que relacionan tales cosas y se reflejan en los verbos; cimentándose así la ‘doctrina de las clases de palabras’ en una ontología del ser. Esto que a priori parece otorgar una ventaja al plantear una estructura convenientemente uniforme, endilga a todas estas lenguas una marcada ambigüedad, como la que podemos constatar en la siguiente expresión: “Puedo ver la llegada desde el cerro”.
¿Aquí, el término ‘llegada’ representa un sustantivo (la señal que indica el final de una competencia); un adjetivo (la meta de una competencia); o un verbo (la acción y resultado del llegar de los competidores)?
En el Hopi, no ‘contaminado culturalmente’ se puede ‘ver’ en el interior de la policontextura; algo evidente en el análisis que hace de la realidad en términos de ‘acontecimientos’ en vez de cosas, sustancias o materias, justificándose de este modo que, un sustantivo en Español (fleco), sea un verbo (flaquear {pido disculpas a Whorf por lo precario de la traducción}) en Hopi.
Tal vez se pueda encontrar una explicación más gramatical a lo que hemos presentado como ejemplo si se tiene en cuenta que estos verbos Hopi, como ya dijimos, surgen desde una raíz que se encuentra en voz intransitiva. Los verbos intransitivos (los absolutos de Nebrija) (Martinez Amador, 1966, p. 1439) a los que también se los llama neutros son los que expresan una predicación completa, o sea, expresan una idea sin que la acción recaiga sobre alguna persona o cosa. Dada esta característica excluyen, de facto, el complemento directo, ya que no existe cosa alguna independiente del sujeto, que participe en la expresión. Entre estos verbos intransitivos se cuentan los verbos de estado que sirven para expresar una situación más o menos fija y estable del sujeto y cuyo prototipo en nuestra lengua es el verbo estar (aunque hay muchos otros, como por ejemplo: llegar), y en los cuales la intervención del sujeto está más que restringida, puesto que no es él el que produce la acción, sino que es ésta la que en él se manifiesta. Gramaticalmente hablando, estos verbos ocupan un lugar intermedio entre los verbos activos y los pasivos; ¿no será esta la frontera (el Rubicón) que las lenguas greco-dependientes cruzaron, abalanzándose sobre la ambigüedad? ¡Alea iacta est! Dicho de otra forma, ¿la palabra ‘llegada’, en Español, no tendría que haber sido un verbo y nada más?
¡Nos vemos mañana!