¡Yo quiero ser anónimo!

¡Yo quiero ser anónimo! Solía decir; y cuando un periodista le preguntó si había escrito sobre su muerte, el dijo, sereno como siempre - solo una vez - refiriéndose al siguiente pasaje de La Biblioteca de Babel: "... ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita."

Su deseo no se cumplió; jamás podrá ser anónimo alguien que nos enseñó a ver una realidad que nadie percibe, pero que existe. Su figura, su obra, sus palabras entrecortadas y a media voz, su color amarillo, sus luces y sombras, sus tigres, sus pasos cansados iluminando las veredas de Buenos Aires, su luz propia, su autonomía y libertad, que eran a su vez, su prisión; todos ellos conspiran para sacarlo del anonimato.

En cambio, su premonición si se cumplió esmeradamente. En su realidad, que nunca coincidía con la burda y obvia descripción que todos los demás hacemos de ella, sí murió a poca distancia de su Buenos Aires natal, que él, seguramente, imaginaba como uno de los incontables hexágonos de ese universo, que otros llaman biblioteca.

Muerto, nuestras manos lo empujaron por la baranda, única tumba posible para alguien que es infinito.

Un caluroso recuerdo para quien me hizo conocer un mundo que intuía, y que ahora que sé de su existencia, puedo disfrutar en sus relatos.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (Giorgi) falleció en Ginebra (Suiza) un 14 de junio de 1986 a los 86 años, momento en el cual dejó, definitivamente, de ser argentino para transformarse en el único escritor inconoclasta que nos hizo conocer un mundo distinto, pero en todo idéntico al de cada uno de nosotros.