El poema

En un ademán incierto me dispongo a herir el blanco papel con el estilete de mi pluma, pero me invade y me abruma tanta belleza.

Surgen e inmediatamente se diluyen los personajes. Los escenarios, relativos en sí mismos, gravitan en el relato pero no en mi narración.

Se inflaman mis afectos aunque menguan los rencores. Desesperan en tropeles las ideas. Se manifiestan tímidos, alelados los pensamientos.

¿Cómo contar una historia que es simultánea, mediante un lenguaje que no lo es?

Borges nos enseñó que considerar el tiempo como una sucesión lineal es un error. Esta revelación, que tal vez presentía como si fuera parte de mis genes, me empuja y hasta me 'ordena' discurrir en círculos, pero no viciosos sino virtuosos.

La génesis y el aniquilamiento se superponen. Definen, es decir, le dan un torpe límite a mi universo, vanidoso y nostálgico.

La desafiante hoja sigue en blanco, aunque comencé a contar una historia que ya, casi, no me pertenece. Evadir el lenguaje escrito no medra el peso de las palabras, ni tampoco lo que uno lee, le hace real justicia. Las ideas, los pensamientos, su convergencia en la comprensión es suficiente para suplantar, o mejor dicho, para no envanecer nuestro lenguaje.

No importa mucho que la hoja permanezca impávida, sin provocar mi ego, sin evadir la posibilidad de una herida, una marca indeleble que exigirá responsabilidades. Lo que realmente importa es la historia que ha comenzado al mismo tiempo que termina.

Levanto la mirada y me veo inclinado, en la misma viciosa posición de siempre, tratando de arrancarle al papel blanco, aunque más no sea, una línea. ¡Qué iluso reclamo! El papel no tiene nada que decir, no debe decir nada. ¡Yo soy el que tiene que decir algo! Sin embargo, en esa dimensión del tiempo no existen contenidos. La blancura del papel es distinta.

Aquí, esto es, en esta suerte de desdoblamiento, esa albura siendo perfecta, no está exangüe. Es más, desborda entresijos, concita giros y reflejos simétricos, que ya de por sí son toda una historia. Comienzo a desmarcar el error de la sucesión lineal. Me doy cuenta que esto no puede ser hilo conductor de ninguna historia.

Volteo la hoja y todo un mundo aparece ante mí. Mi pluma se convirtió en mis ojos, las palabras que aún no he escrito en mis afectos, aunque mis ideas y mis pensamientos se resistan a quedar impresos para siempre.

Dante Roberto Salatino