Nacimiento

Un alboreo paulatino, lento, pesado, casi eterno, despunta en tornasoles rojizos, dejando al descubierto una rústica realidad, no exenta de efluvios, ni llena de ausencias.

Todo parece moverse, pero… ¿Qué es el movimiento? Seguro que nada conocido, todavía, por este supuesto relator de aquel basto y yermo paisaje, que por vasto y sin horizontes, carece de marco de referencia para poder contrastarlo.

Aun así, trémula la vida, pulula por doquier. Algo distingue un instante del siguiente; algo que impacta, que impresiona, que duele muy adentro, pero que casi obliga a seguirlo, a conseguirlo.

Lo rojizo torna a refulgente y claro, a diáfano a la vez que turbio y enrarecido. Acre y denso, fluido y untuoso; intensos contrastes aunque sin límites netos ni jerarquías, proyectado sobre un fondo verdoso.

Presto el latido, escaso el aire o algo que se parece a él; frío, mucho frío. Imperecedera y constante la ausencia de una tibia oscuridad largamente conocida, referente de un abrazador e íntimo contacto; de una palpitación externa, aunque no extraña.

Un grito sordo ahogado en llanto interrumpe el otrora pulido silencio, que solo estuviera conmovido por alguna que otra suave vibración, como la que fustiga la escasa profundidad de un mar, en donde esté rompiendo una enorme ola.

La norma se ha modificado, ha desaparecido, pero tal como una anáfora viviente, presagia algo ya dicho, ya establecido y que es necesario que se cumpla, indefectiblemente.

¡Qué duro es este amanecer! Uno en el que me encuentro sobrevolando a gran altura, o por lo menos es lo que me parece, ya que no hay nada que me indique lo contrario. ¡Todo es muy extraño! Ahora me siento, en parte, nuevamente protegido. El frío ha menguado, y aunque me parezca insólito, vuelvo a sentir un latido externo que me desplaza cual suave mimo, y que a pesar de estar más distante que el percibido por largo tiempo, lo reconozco. ¡Es el mismo, suave y consolador latido, si bien, más rápido y enérgico!

Confusos y un tanto apagados, advierto respingos irregulares que tienen un fondo un poco más parecido a un gemido que a un llanto, solo interrumpido por algo que me presiona, deslizándose delicadamente, siempre en el mismo sentido.

De pronto, nuevamente la oscuridad absoluta; sin embargo, más diversa y agitada otra vez por una sensación de vuelo, pero mucho más confortable y acogedora, que parece va a durar otro prolongado e indeterminado tiempo.

Dante Roberto Salatino