¿Por qué suceden estas cosas?

Por esa calle larga que viene desde el silencio, que a veces nos propone la vida, tal vez bordeada de bellas flores, o de simples hierbas, aunque no totalmente exenta de tropiezos, un día te conocí.

Caminamos juntos, siempre en silencio. Soñamos un final del camino que no confesamos. El paso fue calmo, de a ratos, trémulo la más de las veces, inseguro acaso.

Un destino venturoso, eso en lo que no cree ni el más optimista de la tierra, parecía tan posible como conveniente. Los días luminosos, por armónicos, hasta se veían como una realidad palpable, a pesar de no haber vivido ninguno.

La plenitud de nuestra existencia parecía aproximarse tan rauda como cálida. El amor, ese terco sentimiento que no sabe de prebendas ni de sosiego, apareció. Entonces, ya no hubo silencio ni tropiezos, ni promesas incumplidas, ni destinos venturosos. Ya no existieron más flores bordeando el camino, ni hierbas, solo nubes y arcoíris.

Hoy, a la distancia, me sigo preguntando ¿por qué suceden estas cosas?

Llegué al final del camino, pero solo. Las nubes y los arcoíris desaparecieron, y lejos de devolverme las flores y las hierbas que conocí, la vida me impuso un terreno pedregoso y yermo. Difícil es transitar la cuesta final sin alguien en quien apoyarse. A pesar de todo, mi pecho no está vacío. Anida en él, no el recuerdo superflua entelequia, no; sino la vivencia encarnada de tu sonrisa.

Tus palabras, esas que el aire, mezquino, me arrebató, aun resuenan en mi corazón que aunque maltrecho, todavía resuma en sus latidos la vitalidad que en él engendraste. Tu pelo, destello de un trigal incólume, suele acariciar mis mejillas en la interminable soledad de mis noches. Pero, aún así, me sigo preguntando ¿por qué suceden estas cosas?

Dante Roberto Salatino