Los Chinos y el ADN

La antigua filosofía china legó a la cultura oriental una serie de cinco documentos fundamentales (los Ching) que dejan plasmado el pensamiento de este pueblo milenario. Uno de esos documentos y quizás el que mayor difusión haya tenido, es el libro de los cambios o de la mutaciones (I Ching). (Wilhelm, 2007) Este tratado de filosofía natural fue compilado por Fu-Hsi y editado por Confusio y su origen se ubica aproximadamente, en el S. XI a.C. En un comienzo fue un libro sin palabras, tan solo una sucesión finita de signos no idiomáticos de significados infinitos y como tal, una síntesis enciclopédica de la realidad que daba la posibilidad de descubrir las contradicciones que se esconden tras las apariencias y comprender así, cabalmente, los cambios que se suceden en nuestra vida. De esta manera – como dice Vogelmann (1975) – este legado de la antigüedad china es una versión ‘humanista’ del lenguaje de los signos, que en sí es abstracto y omnicomprensivo, pues se refiere fundamentalmente a la trama del mundo humano, a la vida de los hombres en todas sus circunstancias. Se muestra así un modelo cíclico de la naturaleza que se interpreta de acuerdo con la actividad recíproca de un par de fuerzas fundamentales opuestas como el yin y el yang. Más allá de las vejaciones esotéricas a las que es sometido en occidente, el I Ching constituye per se un sistema lógico con la suficiente solidez y coherencia como para que pueda ser analizado con absoluta objetividad científica. Las potencias o principios que representan el yin y el yang fuera de ser opuestos, desde el punto de vista funcional operan como complementarios y concurrentes. Esta dualidad de fuerzas muestra una alternancia que evidencia un cambio permanente de transición de uno a otro. La conversión de un principio en su opuesto (sin dejar de ser totalmente lo que era) se le llama mutación o transformación y representa uno de los fundamentos básicos del I Ching.


Gráficamente el yang (lo positivo) se lo representa como ‘—’ y el yin (lo negativo) como ‘– –’. “Las dos fuerzas fundamentales engendran las cuatro imágenes” (Wilhelm, 2007: 406). El movimiento no solo remarca la cualidad sino que provoca el cambio. La cualidad llega a un máximo y luego decae, dando así nacimiento al principio opuesto. Tanto el yin como el yang nacen, crecen y decrecen alternativamente en un proceso de continuo desplazamiento mutuo que es representado por una duplicación de las líneas enteras y partidas, dando origen a los digramas, con una disposición lógica como lo muestra la figura.



Los digramas se leen de abajo hacia arriba, asignándosele 0 al yin y 1 al yang tal como lo estableció el sinólogo jesuita Bouvet cuando, mediante la aplicación del sistema binario inventado por Leibniz (sinólogo vocacional) y que éste le hiciera llegar en 1701, pudo desentrañar la lógica que escondían estos gráficos milenarios (Leibniz, 1703). Añadiendo un tercer trazo a los digramas se obtienen los ocho signos llamados trigramas. Mediante un arreglo dispuesto en una tabla de doble entrada y combinando de a pares los trigramas, se llega a 64 hexagramas. (ver figura).



James Watson y Francis Crick en 1953 en la Universidad de Cambridge descubrieron que los componentes del ADN se agrupaban siempre de la misma manera: cuatro bases nitrogenadas en parejas: Adenina-Timina y Guanina-Citosina, unidas por moléculas de azúcar (desoxirribosa) y fosfato. Todos estos elementos formaban una especie escalera en espiral, cuyos “peldaños” eran las bases nitrogenadas unidas por enlaces de hidrógeno y las “barandas” o armazón, los azúcares y fosfatos. 



De este esquema surgió la tabla del Código Genético que, teniendo por entradas las bases nitrogenadas, dan origen a los 64 tripletes que forman los 20 aminoácidos esenciales de la vida.



Si asignamos la siguiente equivalencia binaria a las bases: U = 00, C = 01, G = 10 y A = 11, las intersecciones de la tabla anterior dan, con una correspondencia uno a uno, los 64 hexagramas del I Ching. ¿Coincidencia?