El nacimiento de una golondrina que hizo verano


Debo confesar, no sin pudor, que mi relativamente reciente descubrimiento de la obra de Lucila Godoy (Gabriela Mistral), me trasladó, de su mano, a un universo complejo, pero diáfano a la vez.

La sensación extraña, aunque plácida, que me embargó en el mismo momento en que puse un pie en el umbral de la puerta de lo que era su casa natal, en Vicuña, y que ahora es un museo, se comienza a descifrar en el mismo instante en que doy inicio a la lectura de un pequeño libro que contiene datos biográficos y algunos trozos de sus poemas, y adquirí en el lugar.

Quedé absolutamente obnubilado y eclipsado por una avasalladora presencia, una personalidad fuerte, aunque con un núcleo tierno, que se imponía desde esas pocas líneas que me atraparon para siempre.

Una mente brillante, un corazón bondadoso, un sentimiento esperanzador; confluencia no casual en un ser maravilloso que supo imponer cual manifiesto al mundo: "Soy mujer y tengo mucho que decir, y mis decires encierran la verdad que muestra la naturaleza que me rodea, un Dios omnipresente en el que no termino de creer, y la pasión y voluntad que me impulsan a la búsqueda de un amor que nunca fue."