Una pequeña isla de dolor en un mar de indiferencias

Hace 164 años, cuando Freud llegó a este mundo, en una villa cercana a Viena, el Ethos, o la forma de vida en el seno de una familia judía, a mediados del s.XIX, tenía prefigurado para el mayor de seis hermanos vivos, el mejor y más preciado de los destinos.
Aspiraba, desde niño, ser un héroe como Anibal; alguien poderoso, más que un triunfador en el terreno de la intelectualidad. Tal vez, la presión cultural y sobre todo moral, imperantes mientras transcurrían sus jóvenes años, conspiraran en su designio.
Su genio no despertó, sino tardíamente. Su fortaleza, y a la vez, impuesta debilidad moral, obraron el conjuro de su aparente apatía hacia lo personal.
Creyó haber edificado, desde chico, una muralla que lo protegería en su camino de vida, contra la inexorable muerte, pero, fue su preocupación por ella la que le empujó, a sus 64 años, a escribir "Más allá del principio del placer", en donde nos noticia de que todo en nuestra vida es una lucha sin cuartel entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte.
Cuando pequeño, la vida era un mar de posibilidades venturosas que su familia, o mejor dicho su madre, le tenía preparado. Cuando se acercaba el final, pudo comprobar que su vida se resumió a "una pequeña isla de dolor en un mar de indiferencias".

(Por haberme regalado el genio, que tanto le costó imponer, es por lo que hoy lo recuerdo.)

Dante Roberto Salatino