Entre Moisés y Homero


Mi lengua salobre, yesca, unión de arena y tormentas,
aunque vestida de harapos, que brillos de seda ostentan,
porta de Egipto tradiciones y de faraones sus ornatos,
de Babilonia su burda raíz, y de Jerusalén su tierno regazo.

Fundó la esperanza en el pasado, y por ser preciso, huyó
trocó esclavitud por promesa, y obediencia por salvación.
Desafió la geografía y la naturaleza, en actitud fundacional,
Supo de blasfemias e imprecaciones, como del bien y el mal.

Dictó la ley, pautando el trabajo de una tierra prometida,
de festividades y ayunos, rituales y derechos de la vida.
Fue oral y escrita, de la Mesopotamia y del mar su revelación,
fue exégesis y costumbre; fue mito, fue leyenda y religión.

En cambio, amigo mío, mi lengua se afianzó tras una guerra,
a través de largos años. Encerrada en un caballo de madera,
y siendo más joven que la tuya, logró tal vez, ser más ilustre,
porque otras son sus pautas y diversas las raíces que la nutren.

De poesía y de retornos, en sus entrañas crecieron esperanzas,
en un cíclico tiempo politeísta, entre aciertos y amenazas.
No hubo revelación alguna, ni tampoco una senda religiosa,
solo una vuelta a sí mismo, un tanto brusca y azarosa.

Creó héroes y magistrados, pero también ciencia y filosofía,
le interesó tanto la tierra como los cielos, y también la anatomía.
Dictó conductas, antes que leyes que regularan la orfandad,
Imaginó un mundo más justo, y un hombre viviendo en libertad.

Dante Roberto Salatino

(Introducción al capítulo "Los inventores de Occidente", en "Evolución Filosófica de un Lenguaje Universal - Aspectos Metafísicos de la Subjetividad")