Historia de la Lógica Transcursiva (Capítulo 284)
Cuaderno XII (páginas 1707 a 1712)
(Hoy continuamos con la genética del lenguaje humano)
Con el objeto de probar la hipótesis anterior [planteada al final del capítulo 283] vamos a adherir (con la distancia debida) a una proposición biológica que surgió con el descubrimiento de una mutación muy particular (Sampedro, 2002, p. 90). En 1915 nace una mosca con cuatro alas, en vez de dos. {Drosophila melanogaster (del griego: "amante del rocío de vientre negro"), también llamada mosca del vinagre o mosca de la fruta; recibe este nombre debido a que se la encuentra alimentándose de frutas en proceso de fermentación tales como manzana, uva, etc. Es un insecto díptero (que tiene dos alas) de una especie muy utilizada en experimentación genética, dado que posee un reducido número de cromosomas (4 pares), breve ciclo de vida (15-21 días) y aproximadamente el 61% de los genes de enfermedades humanas que se conocen tienen una contrapartida identificable en el genoma de las moscas de la fruta, y el 50% de las secuencias proteínicas de la mosca tiene análogos en los mamíferos.(Millás, 2008; Griffiths, 2004: 50; Reiter, 2001: 1114-1125)}
Lejos de ser un fenómeno circense constituyó todo un hito para la investigación genética moderna. En 1919, el mismo investigador (Bridges), constata otra mutación fenomenal en una mosca: nació con cuatro pares de patas (la mosca tiene solo tres). Uniendo en el análisis, sus dos mutantes, Bridges no deja de asombrase por los hallazgos, la posibilidad de tener una mosca con cuatro alas (como una mariposa o una libélula) y cuatro pares de patas (como una araña) pero, no le da más trascendencia que ésta, al descubrimiento. Recién en 1946 se retomó el asunto y no fue hasta 1985 en que un investigador español: Ginés Morata (en cuyo laboratorio del Centro de Biología Molecular de Madrid se llevó a cabo el reportaje de Millás (2008) tomado como referencia en la nota al pie anterior), dio con la clave para entender esta curiosa ‘rareza’, que ni los darwinianos ortodoxos, ni los neodarwinianos pudieron explicar.
El trabajo esclarecedor de Ginés Morata constituye el corolario de una serie de estudios germinales llevados a cabo por el mismo equipo de investigadores de la ‘Escuela de Madrid’ a comienzos de la década de 1970. Este grupo de investigación pudo establecer que el cuerpo de la mosca, a lo largo de su desarrollo, se dividía en segmentos estancos y que cada segmento se dividía a su vez, en un compartimiento anterior y otro posterior. Se llegó a la conclusión que cada célula del organismo de la mosca ‘sabe’ a qué compartimiento pertenece y nunca cruza esta barrera ‘invisible’.
Se pudo ver que el gen que controlaba el mecanismo descrito (al que luego se lo llamó gen HOX), funcionaba en todas las células de cada compartimiento y servía para otorgarle su identidad; es decir, se pudo demostrar que el HOX selecciona una estructura de entre las disponibles para lograr un ordenamiento correcto que asegure que todas las partes del cuerpo estén en su lugar. Un derivado de lo anterior fue el descubrimiento de que estos genes son ‘intercambiables’ entre las especies. {En palabras del mismo Ginés Morata: los genes que ensamblan el cuerpo de una Drosophila son los mismos que ensamblan el cuerpo humano. El ojo de Ingrid Bergman y el de Catalina (la drosophila que sirvió de personaje para la historia de Millás) son producto de estrategias idénticas. Es más, si colocáramos un gen de los ojos de Ingrid Bergman en Catalina, saldría un ojo de mosca, porque el gen sabe que en ese contexto corporal no puede desarrollarse un ojo humano. (Reportaje de Millás. Ut supra: Nota al pie anterior)}
Este soberbio descubrimiento hizo que tomáramos como modelo este mecanismo genético, tan simple como genial, para explicar de qué manera podría surgir el control y manejo de las identidades como unidades estructurales de la realidad según la propuesta de la Lógica Transcursiva.
Una consecuencia importante de aceptar el mecanismo anterior como posible regulador de la enorme diversidad en todas las manifestaciones subjetivas humanas (sobretodo y fundamentalmente del lenguaje), es que tal diversidad entonces, no representa sino ajustes menores de algo que, evolutivamente, se ‘inventó’ hace varios millones de años atrás.
Se asume una postura distinta dado que, el adherir a la teoría evolutiva tradicional para explicar el origen del lenguaje y de las distintas lenguas, no ha dado demasiado rédito científico y esto quizás se deba a que las diferencias sobre las que se ha hecho hincapié, no sean más que escarceos superficiales (ajustes menores) que poco o nada dicen de su curso evolutivo. Convengamos que las diferencias que separan (en la superficie) una lengua de otra, no son muchas más que sus semejanzas.
La urlingua sugerida en un punto anterior, de una manera similar a la urbilateria (el antecesor teórico de todos los animales actuales, incluido el hombre) ya tendría en ciernes, los tres componentes básicos propuestos de la realidad, dispuestos en dos niveles, uno superficial y otro profundo. Como ya dijimos, esta disposición solo admite que se la aborde desde su sintaxis, ya que aquí lo único que importa es que cada cosa esté en el lugar debido (igual que en el gen HOX), y no la función que cada parte o elemento pueda cumplir luego. Por esta razón, los seis ordenamientos que admiten los elementos reales individuales (S, V, O) nos brindan, en su encadenamiento, una forma (sintáctica) de ‘ver’ superficialmente la realidad. No obstante, esta disposición sintáctica es doble, por un lado, desde la superficie toma cuerpo en lo espacial, por otro, desde lo profundo, se ve imbuida en lo temporal.
En un intento de sistematización y si seguimos aceptando el concepto sugerido de ADN social podremos luego insinuar una organización más detallada de este complejo estructural.
Así como en los seres vivos en los que el ADN está empaquetado mayoritariamente en el núcleo celular en sus respectivos cromosomas, los cuales disponen de unidades (los genes) que promueven el ordenamiento de una determinada secuencia de hechos futuros que harán al desarrollo y crecimiento de ese ser vivo, en nuestro planteo vamos a proponer también, una integración estructural y desde luego funcional similares.
Este genoma social (sit venia verbo) estaría integrado por ‘cromosomas’ cuyos ‘genes’ se dividen en dos niveles: a) un nivel codificador de ubicación y expresión superficial directa y b) un nivel regulador de ubicación profunda y expresión superficial indirecta, siendo este último, el responsable de los ‘grandes saltos evolutivos’ entre las distintas familias de lenguas, posibilitados por medio de ‘cambios internos’ acumulativos que, luego de un corto tiempo (comparado con el total del tiempo evolutivo), surgen (se hacen superficiales) como algo totalmente nuevo y distinto (evolucionado), sin dejar huellas intermedias (recordando así el mecanismo evolutivo sugerido por Eldredge y Gould (1972) en la teoría del equilibrio puntuado, que discutiéramos anteriormente. Este punto de vista se contrapone al ‘gradualismo’ léxico-gramatical predominante hoy día que trata de explicar la evolución de las lenguas mediante ‘frondosos árboles jerárquicos’.
La figura siguiente nos sugiere una posible disposición de un supuesto ‘cromosoma social’.
El gen regulador (el equivalente al HOX biológico) ‘no sabe’ de construir verbos, ni sustantivos, ni preposiciones; solo ‘sabe’ orientar temporalmente cada elemento, cualquiera sea este, de acuerdo a la convención gramatical respectiva y su correspondencia o no, con algún elemento o fenómeno real.
El gen codificador al recibir la indicación del gen regulador de cuál es la posición del verbo, por ejemplo, aporta los genes realizadores que ‘dicen’ cómo y dónde usar el verbo.
Cuando en biología se activan artificialmente dos genes HOX en una misma zona del cuerpo, se impone la ‘lógica’ del más posterior en la fila. A este fenómeno universal Ginés Morata lo llamó: supresión fenotípica. Este fenómeno podría explicar, en nuestro caso, aspectos lingüísticos que, apareciendo en dos lenguas ‘contiguas’, terminaran predominando en solo una de ellas. Es importante observar que la supresión fenotípica nos está diciendo que los genes realizadores son los mismos para todos los genes HOX y que la diferencia esencial entre una proteína HOX y otra es la afinidad relativa por estos genes realizadores. Cuanto más posterior es un HOX más afinidad tiene su proteína por la batería compartida de genes realizadores. Estos fenómenos biológicos dan una posible pista sobre porqué las duplicaciones sucesivas de los genes HOX que dieron origen a la urbilateria lograron, con tanta facilidad, generar una familia de genes HOX funcionalmente distinta. Casi cualquier pequeño cambio (por ejemplo: una ‘letra’ del ADN que cambiara un solo aminoácido) de la proteína HOX duplicada, sería suficiente para alterar significativamente su afinidad por los genes realizadores.
En nuestro enfoque, un mecanismo similar podría orientarnos sobre las diferencias (a veces abismales) que se constatan entre dos lenguas que aunque muy próximas (geográfica o culturalmente), ni la clasificación lingüística, ni la supuesta invasión cultural, pueden explicar.
Se propone que los cambios que se impusieron en cada duplicación que dio origen a la urlingua tuvieron como efecto un incremento de la afinidad (tanto espacial como temporal) con respecto a la situación anterior. En otras palabras, depende de la ‘posición’ en la fila de que el grado de afinidad crezca exponencialmente, como ya tendremos oportunidad de ver. Ir en sentido inverso (con grados decrecientes de afinidad) daría origen a ‘mutaciones’ inviables. (¿lenguas muertas?)
Es obvio que las ‘estructuras’ desplegadas en el eje superficial han evolucionado por separado en cada ‘linaje’ lingüístico, pero el fundamento lógico del sistema, debe haber sido el mismo en todos ellos: la fila de genes reguladores inventada por la urlingua. Para poner un ejemplo teórico: es posible que el fundamento lógico del origen del verbo hubiera surgido de la urlingua y que después, el gradualismo léxico-gramático, hubiera aportado las menudencias verbales sofisticadas que observamos en cada lengua viva existente.
En sentido abstracto entonces, las estructuras superficiales (que tanto tiene en cuenta la ciencia para tipificar las lenguas) y las particularidades lingüísticas (como el caracterizar los procesos mediante el verbo) son parecidos a la urlingua; o sea, manejan la misma lógica (el PAU); transformándose así, en el ejemplo más sutil de evolución no gradual.
Igual que en este trabajo, en Biología, el concepto de homología es fundamental (Sampedro, 2002, p. 128). Por ejemplo, las alas no son homólogas en tanto tales (cuervos y murciélagos las tienen y sin embargo ambos tienen como antecesor común, un reptil sin alas), sino en tanto apéndices, ya que comparten la mayoría del sistema genético que organiza las células dentro de cada segmento. Por esta razón se los llama genes de polaridad segmental.
La homología es estable en tanto operación abstracta. En el ámbito lingüístico proponemos la existencia de estos genes de polaridad segmental que, pese a su nombre, nada sabrían de sintaxis, sino de diseños abstractos que son capaces de generar formas puras o patrones geométricos homeomorfos. Una vez que estos genes hayan ‘planteado’ el bosquejo, otros genes específicos darían cuerpo a esa forma pura mediante el aporte de estructuras sintácticas acordes. Una manera de explicar las semejanzas entre las distintas lenguas (que como se puede adivinar, no son superficiales) es aceptar un mecanismo universal equivalente al descrito en todas las lenguas.
No es probable que una lengua haya ‘inventado’ una estructura sintáctica partiendo de cero y como producto de la evolución gradual, antes bien, podría haber existido un mecanismo de instanciación {Término informático que deriva de instancia o manifestación concreta de una abstracción que resulta ser un modelo de cosas concretas o prototípicas del mundo real (Booch, 2000(T1), p. 159)} que permitiera reutilizar y recombinar unidades funcionales mucho más complejas que las ‘formas ortodoxas’. Dos ejemplos concretos de esto serían, por un lado, el origen del subjetivón y por otro, el descifrado de la fila del gen regulador presente en cada ‘cromosoma social’.
Cada subjetivón se forma con tres ‘elementos genéticos’ completos y previamente funcionales: S, V y O. El gradualismo ortodoxo solo los edita (los jerarquiza), pero es la policontextura la que genera el noble mecanismo (heterárquico) de interrelaciones entre instancias funcionales simultáneas.
Si imagináramos, por un instante, cómo sería un sistema para organizar la sintaxis de una lengua, podríamos decir que se trataría de un solo gen regulador (HOX) con una batería anexa de genes realizadores. Un sistema genético integrado y previamente funcional que sería usado por todas las lenguas para organizar y regenerar sus escasas estructuras diferenciadas. La simple duplicación serial y divergente del gen regulador inicial generaría, esencialmente desde dentro del ‘genoma social’, un cuerpo sintáctico organizado por algo más de media docena de divisiones del modelo genético original. El gradualismo tendría así, el enorme trabajo de pulir y elaborar este sistema, pero NO SER SU ORIGEN, por lo menos de lo superficial. Es probable que un mecanismo de desarrollo gradual (continuo) sí haya sido operativo en la profundidad del genoma, explicándose de esta manera, porqué solo tendrían éxito aquellos genes reguladores que pudieran aumentar su afinidad (en divisiones sucesivas) con sus genes realizadores.
Resumiendo lo hasta aquí considerado, podríamos decir que la evolución de las lenguas puede no haber sido gradual sino a través de modelos soportados en identidades, que hayan permanecido en un estado de desequilibrio estable (producto de afinidades) y evidenciado un comportamiento concreto ante situaciones que bien pueden haber sido internas o externas, apreciación esta última, que como hemos visto, tiene una sólida base lógica.
La fila del gen regulador (HOX) se formaría por una ‘suma’, pero esta suma (lógica) no es la propuesta por el gradualismo jerárquico, es decir, no es binaria (inclusiva), sino la generada por una duplicación genética que tuviera en cuenta de un elemento por vez pero en forma simultánea. Una suma lógica exclusiva (XOR) que permitiera entregarnos una estructura heterárquica al posibilitar que cada elemento integrante funcione en una contextura determinada.
La duplicación de los genes reguladores no es particular por ser serial, sino porque el gen original ya tiene bajo su control una red integrada de genes, luego la duplicación de ese gen da como resultado, la ‘duplicación conceptual’ del modelo original. En otras palabras, los genes realizadores no se duplican físicamente sino que pasan de tener un regulador, a tener seis o más, dispuestos en fila india.
La figura siguiente propone una forma (de entre muchas) de codificar una fila HOX (una fila de genes reguladores).
La figura precedente muestra una posible distribución de los genes reguladores. El método elegido tiene la sencillez y a la vez la tremenda capacidad que la numeración binaria posee para el manejo lógico.
El esquema revela lo que se conoce en informática como palabra lógica. Una unidad de medida de la cantidad de información que un artefacto electrónico programable puede manejar como una entidad semántica y la cual recibe el nombre de byte (Gosling y Laarhoven, 1981: 16). A su vez el byte está formado por un elemento unitario: el bit {Denominación que deriva del apócope de la expresión inglesa: binary information digit = dígito de información binaria. (Gosling y Laarhoven, 1981, p. 10)}, dispuesto en sucesión lineal en grupos de ocho. La potencia de esta, en apariencia tan simple disposición, radica en que encierra en sí y en tan poco espacio, todo un sistema de numeración que permite desde almacenar información hasta codificar órdenes a cumplir.
Respetando la disposición original hemos destacado en la figura algunos elementos que en nuestro caso, también serán relevantes, entre ellos, señalar el bit menos significativo (B-S), y el bit más significativo (B+S), como los elementos unitarios extremos en esta ‘palabra’ patrón. El grado de significación está dado por el exponente (n) que muestra la base del sistema {La base del sistema binario es 2; así como la del sistema decimal es 10.} (2n), el cual crece en forma geométrica de derecha a izquierda.
El grado de significación tiene gran importancia en este tipo de notación pues, a la vez que nos permite ‘contar’ (de 0 a ∞), posibilita el cálculo de la posición en la fila de un elemento (bit) determinado.
El sistema de conteo (convertir la numeración binaria en decimal) se basa en un principio muy simple, basta con remplazar como ‘nombre’ de cada casillero (o celda) su notación exponencial, por el resultado de su cálculo, es decir, 2⁰=1; 2¹=2; 2²=4; 2³=8; 2⁴=16; 2⁵=32; 2⁶=64; 2⁷=128. Luego, será suficiente con ubicar en determinados casilleros, un ‘1’ para que el valor calculado en él sea tomado en cuenta en la suma final que nos dará el número buscado en el conteo. De otra manera, un ‘1’ en los casilleros con resultado 8 y 16, estará representando el número decimal 24 (ya que se suman los resultados parciales). De esta forma sencilla, con esta pequeña unidad (byte), podemos contar (en decimal) de 0 a 255. {Para alcanzar cifras mayores (hasta el infinito) solo se deben agregar (adjuntos) otros bytes, tantos como sea necesario para cubrir el número decimal mayor previsto en nuestro conteo. Es importante conocer que, por ejemplo, con dos bytes no cubriremos solo 512 números decimales (que sería la suma de lo cubierto por cada byte) sino 65536, ya que se ‘agregan’ a los 256 aportados por el primer byte, 256 por cada uno de esos 256; o lo que es lo mismo, el cálculo de la cantidad de números decimales cubiertos, si usamos 2 bytes es: 256²=65536; lo cual muestra lo potente que es este simple sistema. De esta forma se calculó las 4.294.967.296 funciones que puede manejar la Lógica Transcursiva, ya que opera con solo 4 bytes (32 bits). Una supercomputadora actual lo hace con 64 bits (o sea: 8 bytes)}
Por otro lado, y esto es muy útil para nuestro propósito, si asignamos en forma convencional por ejemplo, a cada casillero, el ‘control’ de una determinada estructura sintáctica (basta con la indicación de su presencia o no en una lengua dada), una disposición concreta de 1s y 0s, nos dará un rápido y exacto panorama de la estructura sintáctica de la lengua en cuestión.
Por último hemos especificado en la figura, para aproximar el esquema a la ‘fila HOX’, una división por mitades que pretende establecer el manejo de ‘ubicaciones’ estructurales más generales (remedando la distribución en compartimientos de los distintos segmentos del cuerpo de un ser vivo).
[continuará ... ]
¡Nos vemos mañana!
(Hoy continuamos con la genética del lenguaje humano)
Con el objeto de probar la hipótesis anterior [planteada al final del capítulo 283] vamos a adherir (con la distancia debida) a una proposición biológica que surgió con el descubrimiento de una mutación muy particular (Sampedro, 2002, p. 90). En 1915 nace una mosca con cuatro alas, en vez de dos. {Drosophila melanogaster (del griego: "amante del rocío de vientre negro"), también llamada mosca del vinagre o mosca de la fruta; recibe este nombre debido a que se la encuentra alimentándose de frutas en proceso de fermentación tales como manzana, uva, etc. Es un insecto díptero (que tiene dos alas) de una especie muy utilizada en experimentación genética, dado que posee un reducido número de cromosomas (4 pares), breve ciclo de vida (15-21 días) y aproximadamente el 61% de los genes de enfermedades humanas que se conocen tienen una contrapartida identificable en el genoma de las moscas de la fruta, y el 50% de las secuencias proteínicas de la mosca tiene análogos en los mamíferos.(Millás, 2008; Griffiths, 2004: 50; Reiter, 2001: 1114-1125)}
Lejos de ser un fenómeno circense constituyó todo un hito para la investigación genética moderna. En 1919, el mismo investigador (Bridges), constata otra mutación fenomenal en una mosca: nació con cuatro pares de patas (la mosca tiene solo tres). Uniendo en el análisis, sus dos mutantes, Bridges no deja de asombrase por los hallazgos, la posibilidad de tener una mosca con cuatro alas (como una mariposa o una libélula) y cuatro pares de patas (como una araña) pero, no le da más trascendencia que ésta, al descubrimiento. Recién en 1946 se retomó el asunto y no fue hasta 1985 en que un investigador español: Ginés Morata (en cuyo laboratorio del Centro de Biología Molecular de Madrid se llevó a cabo el reportaje de Millás (2008) tomado como referencia en la nota al pie anterior), dio con la clave para entender esta curiosa ‘rareza’, que ni los darwinianos ortodoxos, ni los neodarwinianos pudieron explicar.
El trabajo esclarecedor de Ginés Morata constituye el corolario de una serie de estudios germinales llevados a cabo por el mismo equipo de investigadores de la ‘Escuela de Madrid’ a comienzos de la década de 1970. Este grupo de investigación pudo establecer que el cuerpo de la mosca, a lo largo de su desarrollo, se dividía en segmentos estancos y que cada segmento se dividía a su vez, en un compartimiento anterior y otro posterior. Se llegó a la conclusión que cada célula del organismo de la mosca ‘sabe’ a qué compartimiento pertenece y nunca cruza esta barrera ‘invisible’.
Se pudo ver que el gen que controlaba el mecanismo descrito (al que luego se lo llamó gen HOX), funcionaba en todas las células de cada compartimiento y servía para otorgarle su identidad; es decir, se pudo demostrar que el HOX selecciona una estructura de entre las disponibles para lograr un ordenamiento correcto que asegure que todas las partes del cuerpo estén en su lugar. Un derivado de lo anterior fue el descubrimiento de que estos genes son ‘intercambiables’ entre las especies. {En palabras del mismo Ginés Morata: los genes que ensamblan el cuerpo de una Drosophila son los mismos que ensamblan el cuerpo humano. El ojo de Ingrid Bergman y el de Catalina (la drosophila que sirvió de personaje para la historia de Millás) son producto de estrategias idénticas. Es más, si colocáramos un gen de los ojos de Ingrid Bergman en Catalina, saldría un ojo de mosca, porque el gen sabe que en ese contexto corporal no puede desarrollarse un ojo humano. (Reportaje de Millás. Ut supra: Nota al pie anterior)}
Este soberbio descubrimiento hizo que tomáramos como modelo este mecanismo genético, tan simple como genial, para explicar de qué manera podría surgir el control y manejo de las identidades como unidades estructurales de la realidad según la propuesta de la Lógica Transcursiva.
Una consecuencia importante de aceptar el mecanismo anterior como posible regulador de la enorme diversidad en todas las manifestaciones subjetivas humanas (sobretodo y fundamentalmente del lenguaje), es que tal diversidad entonces, no representa sino ajustes menores de algo que, evolutivamente, se ‘inventó’ hace varios millones de años atrás.
Se asume una postura distinta dado que, el adherir a la teoría evolutiva tradicional para explicar el origen del lenguaje y de las distintas lenguas, no ha dado demasiado rédito científico y esto quizás se deba a que las diferencias sobre las que se ha hecho hincapié, no sean más que escarceos superficiales (ajustes menores) que poco o nada dicen de su curso evolutivo. Convengamos que las diferencias que separan (en la superficie) una lengua de otra, no son muchas más que sus semejanzas.
La urlingua sugerida en un punto anterior, de una manera similar a la urbilateria (el antecesor teórico de todos los animales actuales, incluido el hombre) ya tendría en ciernes, los tres componentes básicos propuestos de la realidad, dispuestos en dos niveles, uno superficial y otro profundo. Como ya dijimos, esta disposición solo admite que se la aborde desde su sintaxis, ya que aquí lo único que importa es que cada cosa esté en el lugar debido (igual que en el gen HOX), y no la función que cada parte o elemento pueda cumplir luego. Por esta razón, los seis ordenamientos que admiten los elementos reales individuales (S, V, O) nos brindan, en su encadenamiento, una forma (sintáctica) de ‘ver’ superficialmente la realidad. No obstante, esta disposición sintáctica es doble, por un lado, desde la superficie toma cuerpo en lo espacial, por otro, desde lo profundo, se ve imbuida en lo temporal.
En un intento de sistematización y si seguimos aceptando el concepto sugerido de ADN social podremos luego insinuar una organización más detallada de este complejo estructural.
Así como en los seres vivos en los que el ADN está empaquetado mayoritariamente en el núcleo celular en sus respectivos cromosomas, los cuales disponen de unidades (los genes) que promueven el ordenamiento de una determinada secuencia de hechos futuros que harán al desarrollo y crecimiento de ese ser vivo, en nuestro planteo vamos a proponer también, una integración estructural y desde luego funcional similares.
Este genoma social (sit venia verbo) estaría integrado por ‘cromosomas’ cuyos ‘genes’ se dividen en dos niveles: a) un nivel codificador de ubicación y expresión superficial directa y b) un nivel regulador de ubicación profunda y expresión superficial indirecta, siendo este último, el responsable de los ‘grandes saltos evolutivos’ entre las distintas familias de lenguas, posibilitados por medio de ‘cambios internos’ acumulativos que, luego de un corto tiempo (comparado con el total del tiempo evolutivo), surgen (se hacen superficiales) como algo totalmente nuevo y distinto (evolucionado), sin dejar huellas intermedias (recordando así el mecanismo evolutivo sugerido por Eldredge y Gould (1972) en la teoría del equilibrio puntuado, que discutiéramos anteriormente. Este punto de vista se contrapone al ‘gradualismo’ léxico-gramatical predominante hoy día que trata de explicar la evolución de las lenguas mediante ‘frondosos árboles jerárquicos’.
La figura siguiente nos sugiere una posible disposición de un supuesto ‘cromosoma social’.
El gen regulador (el equivalente al HOX biológico) ‘no sabe’ de construir verbos, ni sustantivos, ni preposiciones; solo ‘sabe’ orientar temporalmente cada elemento, cualquiera sea este, de acuerdo a la convención gramatical respectiva y su correspondencia o no, con algún elemento o fenómeno real.
El gen codificador al recibir la indicación del gen regulador de cuál es la posición del verbo, por ejemplo, aporta los genes realizadores que ‘dicen’ cómo y dónde usar el verbo.
Cuando en biología se activan artificialmente dos genes HOX en una misma zona del cuerpo, se impone la ‘lógica’ del más posterior en la fila. A este fenómeno universal Ginés Morata lo llamó: supresión fenotípica. Este fenómeno podría explicar, en nuestro caso, aspectos lingüísticos que, apareciendo en dos lenguas ‘contiguas’, terminaran predominando en solo una de ellas. Es importante observar que la supresión fenotípica nos está diciendo que los genes realizadores son los mismos para todos los genes HOX y que la diferencia esencial entre una proteína HOX y otra es la afinidad relativa por estos genes realizadores. Cuanto más posterior es un HOX más afinidad tiene su proteína por la batería compartida de genes realizadores. Estos fenómenos biológicos dan una posible pista sobre porqué las duplicaciones sucesivas de los genes HOX que dieron origen a la urbilateria lograron, con tanta facilidad, generar una familia de genes HOX funcionalmente distinta. Casi cualquier pequeño cambio (por ejemplo: una ‘letra’ del ADN que cambiara un solo aminoácido) de la proteína HOX duplicada, sería suficiente para alterar significativamente su afinidad por los genes realizadores.
En nuestro enfoque, un mecanismo similar podría orientarnos sobre las diferencias (a veces abismales) que se constatan entre dos lenguas que aunque muy próximas (geográfica o culturalmente), ni la clasificación lingüística, ni la supuesta invasión cultural, pueden explicar.
Se propone que los cambios que se impusieron en cada duplicación que dio origen a la urlingua tuvieron como efecto un incremento de la afinidad (tanto espacial como temporal) con respecto a la situación anterior. En otras palabras, depende de la ‘posición’ en la fila de que el grado de afinidad crezca exponencialmente, como ya tendremos oportunidad de ver. Ir en sentido inverso (con grados decrecientes de afinidad) daría origen a ‘mutaciones’ inviables. (¿lenguas muertas?)
Es obvio que las ‘estructuras’ desplegadas en el eje superficial han evolucionado por separado en cada ‘linaje’ lingüístico, pero el fundamento lógico del sistema, debe haber sido el mismo en todos ellos: la fila de genes reguladores inventada por la urlingua. Para poner un ejemplo teórico: es posible que el fundamento lógico del origen del verbo hubiera surgido de la urlingua y que después, el gradualismo léxico-gramático, hubiera aportado las menudencias verbales sofisticadas que observamos en cada lengua viva existente.
En sentido abstracto entonces, las estructuras superficiales (que tanto tiene en cuenta la ciencia para tipificar las lenguas) y las particularidades lingüísticas (como el caracterizar los procesos mediante el verbo) son parecidos a la urlingua; o sea, manejan la misma lógica (el PAU); transformándose así, en el ejemplo más sutil de evolución no gradual.
Igual que en este trabajo, en Biología, el concepto de homología es fundamental (Sampedro, 2002, p. 128). Por ejemplo, las alas no son homólogas en tanto tales (cuervos y murciélagos las tienen y sin embargo ambos tienen como antecesor común, un reptil sin alas), sino en tanto apéndices, ya que comparten la mayoría del sistema genético que organiza las células dentro de cada segmento. Por esta razón se los llama genes de polaridad segmental.
La homología es estable en tanto operación abstracta. En el ámbito lingüístico proponemos la existencia de estos genes de polaridad segmental que, pese a su nombre, nada sabrían de sintaxis, sino de diseños abstractos que son capaces de generar formas puras o patrones geométricos homeomorfos. Una vez que estos genes hayan ‘planteado’ el bosquejo, otros genes específicos darían cuerpo a esa forma pura mediante el aporte de estructuras sintácticas acordes. Una manera de explicar las semejanzas entre las distintas lenguas (que como se puede adivinar, no son superficiales) es aceptar un mecanismo universal equivalente al descrito en todas las lenguas.
No es probable que una lengua haya ‘inventado’ una estructura sintáctica partiendo de cero y como producto de la evolución gradual, antes bien, podría haber existido un mecanismo de instanciación {Término informático que deriva de instancia o manifestación concreta de una abstracción que resulta ser un modelo de cosas concretas o prototípicas del mundo real (Booch, 2000(T1), p. 159)} que permitiera reutilizar y recombinar unidades funcionales mucho más complejas que las ‘formas ortodoxas’. Dos ejemplos concretos de esto serían, por un lado, el origen del subjetivón y por otro, el descifrado de la fila del gen regulador presente en cada ‘cromosoma social’.
Cada subjetivón se forma con tres ‘elementos genéticos’ completos y previamente funcionales: S, V y O. El gradualismo ortodoxo solo los edita (los jerarquiza), pero es la policontextura la que genera el noble mecanismo (heterárquico) de interrelaciones entre instancias funcionales simultáneas.
Si imagináramos, por un instante, cómo sería un sistema para organizar la sintaxis de una lengua, podríamos decir que se trataría de un solo gen regulador (HOX) con una batería anexa de genes realizadores. Un sistema genético integrado y previamente funcional que sería usado por todas las lenguas para organizar y regenerar sus escasas estructuras diferenciadas. La simple duplicación serial y divergente del gen regulador inicial generaría, esencialmente desde dentro del ‘genoma social’, un cuerpo sintáctico organizado por algo más de media docena de divisiones del modelo genético original. El gradualismo tendría así, el enorme trabajo de pulir y elaborar este sistema, pero NO SER SU ORIGEN, por lo menos de lo superficial. Es probable que un mecanismo de desarrollo gradual (continuo) sí haya sido operativo en la profundidad del genoma, explicándose de esta manera, porqué solo tendrían éxito aquellos genes reguladores que pudieran aumentar su afinidad (en divisiones sucesivas) con sus genes realizadores.
Resumiendo lo hasta aquí considerado, podríamos decir que la evolución de las lenguas puede no haber sido gradual sino a través de modelos soportados en identidades, que hayan permanecido en un estado de desequilibrio estable (producto de afinidades) y evidenciado un comportamiento concreto ante situaciones que bien pueden haber sido internas o externas, apreciación esta última, que como hemos visto, tiene una sólida base lógica.
La fila del gen regulador (HOX) se formaría por una ‘suma’, pero esta suma (lógica) no es la propuesta por el gradualismo jerárquico, es decir, no es binaria (inclusiva), sino la generada por una duplicación genética que tuviera en cuenta de un elemento por vez pero en forma simultánea. Una suma lógica exclusiva (XOR) que permitiera entregarnos una estructura heterárquica al posibilitar que cada elemento integrante funcione en una contextura determinada.
La duplicación de los genes reguladores no es particular por ser serial, sino porque el gen original ya tiene bajo su control una red integrada de genes, luego la duplicación de ese gen da como resultado, la ‘duplicación conceptual’ del modelo original. En otras palabras, los genes realizadores no se duplican físicamente sino que pasan de tener un regulador, a tener seis o más, dispuestos en fila india.
La figura siguiente propone una forma (de entre muchas) de codificar una fila HOX (una fila de genes reguladores).
La figura precedente muestra una posible distribución de los genes reguladores. El método elegido tiene la sencillez y a la vez la tremenda capacidad que la numeración binaria posee para el manejo lógico.
El esquema revela lo que se conoce en informática como palabra lógica. Una unidad de medida de la cantidad de información que un artefacto electrónico programable puede manejar como una entidad semántica y la cual recibe el nombre de byte (Gosling y Laarhoven, 1981: 16). A su vez el byte está formado por un elemento unitario: el bit {Denominación que deriva del apócope de la expresión inglesa: binary information digit = dígito de información binaria. (Gosling y Laarhoven, 1981, p. 10)}, dispuesto en sucesión lineal en grupos de ocho. La potencia de esta, en apariencia tan simple disposición, radica en que encierra en sí y en tan poco espacio, todo un sistema de numeración que permite desde almacenar información hasta codificar órdenes a cumplir.
Respetando la disposición original hemos destacado en la figura algunos elementos que en nuestro caso, también serán relevantes, entre ellos, señalar el bit menos significativo (B-S), y el bit más significativo (B+S), como los elementos unitarios extremos en esta ‘palabra’ patrón. El grado de significación está dado por el exponente (n) que muestra la base del sistema {La base del sistema binario es 2; así como la del sistema decimal es 10.} (2n), el cual crece en forma geométrica de derecha a izquierda.
El grado de significación tiene gran importancia en este tipo de notación pues, a la vez que nos permite ‘contar’ (de 0 a ∞), posibilita el cálculo de la posición en la fila de un elemento (bit) determinado.
El sistema de conteo (convertir la numeración binaria en decimal) se basa en un principio muy simple, basta con remplazar como ‘nombre’ de cada casillero (o celda) su notación exponencial, por el resultado de su cálculo, es decir, 2⁰=1; 2¹=2; 2²=4; 2³=8; 2⁴=16; 2⁵=32; 2⁶=64; 2⁷=128. Luego, será suficiente con ubicar en determinados casilleros, un ‘1’ para que el valor calculado en él sea tomado en cuenta en la suma final que nos dará el número buscado en el conteo. De otra manera, un ‘1’ en los casilleros con resultado 8 y 16, estará representando el número decimal 24 (ya que se suman los resultados parciales). De esta forma sencilla, con esta pequeña unidad (byte), podemos contar (en decimal) de 0 a 255. {Para alcanzar cifras mayores (hasta el infinito) solo se deben agregar (adjuntos) otros bytes, tantos como sea necesario para cubrir el número decimal mayor previsto en nuestro conteo. Es importante conocer que, por ejemplo, con dos bytes no cubriremos solo 512 números decimales (que sería la suma de lo cubierto por cada byte) sino 65536, ya que se ‘agregan’ a los 256 aportados por el primer byte, 256 por cada uno de esos 256; o lo que es lo mismo, el cálculo de la cantidad de números decimales cubiertos, si usamos 2 bytes es: 256²=65536; lo cual muestra lo potente que es este simple sistema. De esta forma se calculó las 4.294.967.296 funciones que puede manejar la Lógica Transcursiva, ya que opera con solo 4 bytes (32 bits). Una supercomputadora actual lo hace con 64 bits (o sea: 8 bytes)}
Por otro lado, y esto es muy útil para nuestro propósito, si asignamos en forma convencional por ejemplo, a cada casillero, el ‘control’ de una determinada estructura sintáctica (basta con la indicación de su presencia o no en una lengua dada), una disposición concreta de 1s y 0s, nos dará un rápido y exacto panorama de la estructura sintáctica de la lengua en cuestión.
Por último hemos especificado en la figura, para aproximar el esquema a la ‘fila HOX’, una división por mitades que pretende establecer el manejo de ‘ubicaciones’ estructurales más generales (remedando la distribución en compartimientos de los distintos segmentos del cuerpo de un ser vivo).
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¡Nos vemos mañana!