Historia de la Lógica Transcursiva (Capítulo 332)

Cuaderno XIV (páginas 1997 a 2002)

(En este capítulo analizaremos la categorización desde las teorías pragmáticas y psicolingüísticas)

ENFOQUE PRAGMÁTICO 

INTRODUCCIÓN

Este enfoque lingüístico que también es abordado por la filosofía del lenguaje, analiza el modo en que el contexto influye en la interpretación del significado. Aquí, contexto debe ser entendido fundamentalmente como una situación determinada, en donde los factores extralingüísticos, es decir, no gramaticales condicionan el uso del lenguaje.

Consideraremos los dos aportes que por su relevancia y actualidad, marcaron y siguen marcando la orientación en este campo de la lingüística.

LÓGICA Y CONVERSACIÓN DE GRICE

En 1967 Grice plantea, con el propósito de aclarar la distinción entre dos de los actos de habla propuestos por Austin (2003), una nueva perspectiva al interesarse más en los aspectos no convencionales de la comunicación, que en los de otro tipo, aquellos que Austin caracterizó como el efecto perlocutivo, pretendiendo de esta manera dejar constancia del efecto que se buscaba producir durante una conversación, en el oyente.

Grice no solo estaba convencido de que estos aspectos existían, sino que además eran fundamentales si se pretendía encontrar el significado preciso de determinadas palabras, algo que la noción de regla no permite explicar en actos de habla en los que están involucrados el hacer una observación o una aclaración. Tres son las causas que Grice sugiere para justificar esta falla: a) el teórico convencional no alcanza a percibir el fallo, b) el fallo no puede ser explicado aduciendo la falta de objeto del acto de habla y c) este fallo solo puede explicarse en términos de condiciones relativas al hablante o haciendo referencia a los principios que rigen cualquier intercambio racional de información.

La conclusión a que llega Grice es que, si las reglas semánticas no alcanzan para determinar cualquier significado y si por regla se entiende una norma basada en la costumbre, pues debe haber algo importante ‘debajo’ de esa costumbre, que se nos está escapando.

Para este autor, ese ‘algo’ que se nos escapa está en la igualdad de significado entre los conectivos lógicos y los lingüísticos [el destacado en propio], igualdad que los investigadores teóricos han pasado por alto al no tener en cuenta las condiciones en que se da una conversación (Grice, 1989, p. 24).

Las condiciones generales que permiten entender lo proferido en una conversación dependen de que se pueda establecer una diferencia entre lo que un hablante dice al usar una palabra invocando el significado convencional y lo que realmente quiere decir. Grice utiliza el término implicatura para indicar la función que estas condiciones generales cumplen en el proceso conversacional.

Las condiciones aludidas imponen restricciones a las contribuciones que hacen los hablantes a la conversación, ya sea desde el tema elegido o del propósito o dirección que se fije para esta. De esto surge el principio de cooperación conversacional (PC), (op. cit., p. 26), que intenta atenuar estas restricciones indicando que se ‘colabore’ con la conversación de tal modo que se guarde la mayor relación posible con el tema o el propósito conversacional inicial. Como esta cooperación puede, fácilmente, tornarse inconveniente, ya sea porque es demasiado exiguo su aporte informativo, o porque no sea del todo veraz, o porque está mal argumentada, o porque según el contexto sea irrelevante; en fin, o porque sea poco clara o ambigua, Grice se ve impulsado a establecer una serie de máximas que deben observar los hablantes, para así poder entender y ser entendidos en medio de una conversación.

Inspirado en las categorías kantianas de: cantidad, cualidad, relación y modo (loc. cit.), Grice elabora sus máximas, que no detallaremos por ser ampliamente conocidas. Solo diremos que tanto el PC como estas máximas tratan de distinguir esta propuesta de cualquier otro tipo de regla semántica, tanto normativa como constitutiva, mediante su supuesto carácter racional, ya que se presupone que estos principios son ‘hechos de la razón’ y no solo meras convenciones bien formuladas. (op. cit., p. 29).

No obstante la aclaración anterior, estos principios, más que ser reglas semánticas de uso, parecen una deducción trascendental kantiana de las categorías, quizás por el hecho de haberse inspirado, para elaborar sus máximas, en este filósofo.

Veamos lo anterior con algún detalle. Dice Kant (1985, p. 172): “La categoría no tiene otro uso en el conocimiento de las cosas que su aplicación a los objetos de la experiencia”. Según este pensador, solo dos son las condiciones para la posibilidad de conocimiento de los objetos: primera, la intuición, mediante la cual se da el objeto como fenómeno; segunda, el concepto mediante el cual se concibe un objeto correspondiente a esta intuición. Según lo precedente la primera condición, es decir, la que hace posible la intuición de los objetos, sirve realmente de fundamento a priori de ellos. (op. cit., p. 154). Luego, una categoría se podría definir como el concepto de un objeto en general mediante el que la intuición de ese objeto se considera como determinada por una relación a una de las funciones lógicas del juicio. Así la función del juicio categórico es la relación del sujeto al predicado. (op. cit., p. 155-156).

La deducción trascendental de todos los conceptos establece que esos conceptos deben reconocerse como condiciones a priori de la posibilidad de la experiencia, bien sea de la intuición que se encuentre en ella o del pensamiento (op. cit., p. 155).

De acuerdo con Kant entonces, las categorías se usan de un modo adecuado si las aplicamos a los objetos de la experiencia, claro que incluye entre ellos a los objetos fundamentados a priori mediante la intuición o el pensamiento lógico. Sin embargo, no nos parece un uso adecuado de las categorías, cuando intentamos ‘imaginar’ objetos trascendentes, o sea, que estén más allá de la experiencia. Kant se justifica imponiendo en su deducción trascendental, la posibilidad a priori de esta experiencia, pero esto no tiene que ver con ninguna realidad objetiva. Por ejemplo, las categorías causa-efecto adquieren un valor objetivo cuando las aplico a esa relación existente entre fenómenos, como: ‘con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria’, pero no son válidas si las utilizo para pensar en un ser trascendente como Dios y decir en consecuencia, que Él es la causa del mundo.

Grice usa la misma justificación que Kant cuando intenta explicar el supuesto hiato que existe entre la representación semántica de las oraciones y el significado en uso, esto es, apela a objetos a priori con una pretendida posibilidad de existencia.

Se hace evidente en el análisis anterior que por adherir al concepto de categoría y por invocar larvadamente los preceptos de la lógica trascendental kantiana, la propuesta de Grice no es apta para encarar un estudio de las funciones psíquicas.

TEORIA DE LA RELEVANCIA DE SPERBER & WILSON

Con fuerte adherencia a las ideas de las ciencias cognitivas duras, representadas por Chomsky y Fodor, y en términos generales, siendo una continuación de la propuesta de Grice, la teoría de la relevancia pretende constituir un modelo de pragmática universal.

Para sustentar su aspiración principal, aborda aspectos importantes del lenguaje en uso y los proyecta sin mayores limitaciones al área de lo cognitivo encuadrándose así en la psicología cognitiva dura, es decir, aquella que asume que la mente funciona en forma análoga a una computadora, sugiriendo de esta manera a modo de imposición, que nuestra mente a través de sus procesos específicos tiene como finalidad el logro del mayor efecto cognitivo en relación con el esfuerzo de procesamiento; casi como una vulgar máquina, el ser humano es definido como un dispositivo eficiente de procesamiento de la información (Sperber & Wilson, 1995, p. 46).

Los autores aseguran que cuando comunicamos pensamientos (representaciones conceptuales), presunciones o supuestos (representaciones del mundo real) o información (transmisión de hechos), lo hacemos según dos modelos complementarios: el modelo del código y el modelo inferencial. (op. cit., p. 2). De estos modelos, el primero transcrito del trabajo de Shannon y Weaber (1957), es presentado como la posibilidad de comunicación entre dos procesadores de información (sean estos organismos o máquinas), a través de un código y que solo puede explicar el ‘aspecto gramatical’ de la comunicación. El modelo inferencial o el inspirado en las 'implicaturas conversacionales' de Grice, en donde un proceso inferencial típico (conclusiones que se siguen lógicamente de una serie de premisas), que constituye una forma de razonamiento deductivo [pensamiento lógico], es ‘completado’ por estos autores, al agregarle al modelo griceano una ‘explicación’ de cómo se da el proceso inferencial en la mente del oyente, que es de lo único que nos ocuparemos en analizar, a partir de aquí, de esta teoría.

Dicen estos autores que el proceso de comprensión inferencial podría caracterizarse mediante dos hipótesis básicas: a) es no-demostrativo, o sea, se puede confirmar pero no probar y b) es global, esto es, que cualquier información conceptual disponible puede utilizarse como una premisa en este proceso inferencial (op. cit., p. 65). Se perfila de esta manera, un proceso inferencial no-demostrativo con libre acceso a la memoria conceptual; “esto suena muy parecido a una central normal de proceso del pensamiento” (sic). Aclaran que la distinción entre ‘procesos centrales’ y ‘procesos de entrada, perceptivos o periféricos’, es asumida prácticamente por toda la psicología cognitiva. Que en términos generales, los procesos de entrada son procesos de decodificación especializados, mientras que los procesos centrales son relativamente no especializados.

No hace falta abundar en más detalles para darse cuenta de la identificación absoluta con la propuesta de Fodor (modularidad de la mente); identificación que se transforma en devoción, sobre todo en Sperber quien defiende estas ideas aún más allá de su propio creador, invocando una especie de integración conceptual que se dispara desde los módulos perceptuales (o de entrada), en donde sus ‘salidas’ sirven de entrada para otro módulo conceptual y así hasta formar una red compleja de módulos conceptuales que permite la conexión entre distintos niveles, pero sin llegar a una integración conceptual global, como la defendida por Fodor a partir del 2000.

Más allá de la anécdota, no continuaremos con esta descripción porque será abordada más adelante cuando se analice la categorización desde el enfoque psicolingüístico fodoriano.

A partir de aquí, esta propuesta teórica se transforma en un tratado de lógica, pero no de lógica común y corriente, sino de una lógica aderezada con una serie de preconceptos que le permiten a estos investigadores decir cosas como esta: “El mecanismo de entrada lingüístico asigna una forma lógica a un tipo particular de estímulo sensorial. Hemos visto que las formas lógicas recuperadas por decodificación pueden no llegar a ser totalmente proposicionales e incluso cuando llegan a serlo, pasan por supuestos fácticos. Sin embargo, la forma proposicional completa de una frase puede integrarse mediante un procedimiento estándar, en un supuesto acerca de lo que dice el orador” (op. cit., pp. 81-82) (traducción propia).

Como vemos, no solo se usan categorías lógicas para explicar los procesos cognitivos, sino que además se fabrican una serie de mecanismos lógicos espurios para justificar el nombre dado a la teoría: relevancia. Con la misma liviandad con que elaboran el párrafo analizado anteriormente, llegan a la siguiente y liviana conclusión: “dado que la influencia de los procesos deductivos, que ya han sido señalados como bloques fundamentales de la actividad cognitiva, sobre las inferencias no-demostrativas instauran un proceso de contextualización al unir nueva información entrante con la vieja información ya habida, surgen lo que damos en llamar: efectos contextuales”
(op. cit., p. 108).

Estos ‘mágicos efectos’ son los que se usan para modificar e inclusive ‘mejorar’ un contexto. A tal punto esto es así, que llegan a transformase en verdaderas implicaciones contextuales, las cuales, lejos de ser un misterio, constituyen elementos fundamentales en los procesos cognitivos que permiten la comprensión de lo que decimos y de lo que nos dicen.

Como resultado de estas investigaciones se llega entonces a vislumbrar que interpretar un enunciado involucra mucho más que la mera identificación de un supuesto explícitamente expresado. En otras palabras, involucra el ‘ver’ los efectos contextuales de ese supuesto en un contexto determinado, lo que permite establecer la relevancia de esa información. A mayores efectos contextuales, mayor relevancia informativa. Desde la presunción prejuiciosa de los autores de que la gente tiene la capacidad intuitiva universal de detectar la relevancia de la información, es fácil colegir que los procesos cognitivos involucrados en la comprensión de lo dicho en un acto comunicativo, dependen absolutamente del grado de relevancia que los actores ocasionales le den a la información que están recibiendo. Esta capacidad sería una ‘dimensión no-representacional’ de la mente, que ‘seguramente’ debe tener sus bases físico-químicas, ya que funcionaría de la misma manera en que los parámetros físico-químicos se modifican cuando se tiene una ‘intuición’ sobre un esfuerzo a realizar. (op. cit., p. 131).

La falta de fundamentos argumentativos que es una constante en esta teoría, atenta para que pueda ser considerada como una alternativa válida, no solo como un modo de entender nuestra psiquis, sino también como un medio para poner en práctica los avances logrados en la lingüística cognitiva en el tratamiento de nuestro código comunicativo.

ENFOQUE PSICOLINGÜÍSTICO 

INTRODUCCIÓN

La psicolingüística es la subespecialidad lingüística en donde mayor impacto ha tenido el núcleo duro de las ciencias cognitivas, o sea, el primer ámbito lingüístico en donde la metáfora de la computadora se convirtió en ‘verdad objetiva’. Esto tiene una explicación y es que las ciencias cognitivas comenzaron desde la psicología y los primeros ‘especialistas’ en este campo se autoproclamaron psicolingüistas.

Vamos a considerar parte del trabajo de dos de las figuras más relevantes en este campo; relevancia que se sustenta en haber sido, uno el precursor de este enfoque y el otro, el difusor mediático más popular.

MODULARIDAD DE LA MENTE DE FODOR

La figura de Jerry Fodor constituye todo un hito en la historia y destino de las ciencias cognitivas. Desde su firme formación filosófica dio origen, junto a Hilary Putnam, al funcionalismo psicológico; corriente de pensamiento que sostiene que los procesos mentales lejos de representar una conducta observable, constituyen funciones mediadoras entre entradas sensibles y salidas motoras.
Dentro de las ciencias cognitivas es uno de los principales defensores del concepto: procesamiento de información, como elemento fundamental en el funcionamiento de la mente. Estos escuetos datos sobre su pensamiento son suficientes para entender el espíritu que anima su obra más trascendente: La modularidad de la mente, que inspirada en la frenología de Gall [Frenología: pseudo-ciencia según la cual se podía predecir el carácter y aptitudes de una persona a través de las protuberancias de su cráneo, las cuales respondían de acuerdo con las investigaciones de su creador, el anatomista austríaco Franz Joseph Gall (1758-1828). Describía 27 supuestas facultades intelectivas y afectivas que residían en sendos lugares específicos del cerebro, cuyo menor o mayor desarrollo se proyectaba en los abultamientos y depresiones craneales. A pesar de lo improcedente de esta teoría, Gall es considerado hoy día como uno de los pioneros en la investigación cerebral y el fundador de la psicología con base biológica], impactó (y aún hoy lo hace) profundamente en el camino que tomaría a partir de allí, la psicolingüística como disciplina.

Desde una psicología de los procesos cognitivos, Fodor, elabora una teoría de la estructura de la mente, que según él, goza de bastante plausibilidad ya que guarda una relación causa-efecto con la conducta organizada, un viejo prejuicio que el autor revitaliza.

De las diversas formas que Fodor propone para abordar la estructura mental, ocupa un lugar destacado la perspectiva neo-cartesiana fundada por Chomsky y que en psicología cognitiva se caracteriza por asumir que la estructura mental debe explicarse en función de los contenidos proposicionales [Los contenidos proposicionales incluyen la implicación, la confirmación y la consecuencia lógica, todos los elementos que dan sustento al término ‘computacional’, es decir, a las transformaciones de supuestas representaciones que respetan estas relaciones semánticas] innatos de los estados mentales. A través de esta particular forma de abordaje psicológico, Chomsky ‘nos enseñó’, por ejemplo, que las capacidades lingüísticas explican la conducta verbal. Como corolario de estas apreciaciones se puede decir que la mente es una estructura implicativa de sistemas de proposiciones semánticamente relacionadas. (Fodor, 1983, p. 7). Otra opción que plantea el autor va de la mano con considerar a la estructura mental como un mecanismo psicológico determinado. Estas dos opciones no son consideradas como excluyentes, sino todo lo contrario, sugiere su complementariedad.

La concepción de la estructura mental como mecanismo, da la posibilidad de caracterizar, funcionalmente, las facultades mentales atendiendo a los efectos que produce. Estas facultades, que son caracterizadas como ‘verticales’ (concretas), cumplen con ser específicas para cada dominio cognoscitivo, están determinadas genéticamente, se hallan asociadas a estructuras neurales diferenciadas y son computacionalmente autónomas. (op. cit., p. 21). El total de estas facultades conforman una teoría de los mecanismos causales que subyacen a las capacidades mentales, es decir, estas facultades se distinguen funcionalmente.

Todo lo anterior sustenta el concepto de módulo cognitivo, en donde el aspecto modular es una cuestión de grado, es decir, un sistema será modular si alcanza un grado significativo de modularidad.

Otro aspecto a tener en cuenta de estos módulos es el ‘encapsulamiento informativo’.
En general, los sistemas cognitivos modulares son específicos de un determinado dominio, están fijados de manera innata, están cableados [El término, en Inglés, que usa el autor es hardwired que significa 'cableado', con lo cual el término 'autónomo' utilizado en la versión española no es procedente. Creo que fue un buen intento del traductor para morigerar las connotaciones computacionales (informáticas) que tiene todo el texto], son autónomos y no están ensamblados. Por el hecho de ser, estos módulos, mecanismos computacionales privativos de un dominio dado, se los puede considerar como facultades verticales. (op. cit., p. 37).

De una manera un tanto descuidada, este trabajo de Fodor, entra de lleno en el campo de la computación y lo hace equiparando directamente a los sistemas cognitivos, cual verdaderos procesadores de información, con la máquina de Turing o computadora genérica, dado lo cual, se transforma más en un manual tipo ‘hágalo usted mismo’ orientado a la informática casera, que un abordaje psicológico serio de la mente.

Todo esto no pasaría de ser una osada aventura filosófico-psicológica, si no fuera por el intento de relacionar los sistemas de entrada con una supuesta arquitectura neural fija (op. cit., p. 98) y los sistemas centrales pretendidamente justificados filosóficamente, lógicamente y computacionalmente, aunque no psicológicamente, a procesos cognitivos no modulares.

El único sustento coherente de esta propuesta está en el tratamiento lógico que hace de los supuestos mecanismos inferenciales que gobiernan la mente y por esta razón, entre otras, no es apta para el análisis y explicación de ningún aspecto psíquico, mucho menos de aquellos a los que se les endosa el manejo del lenguaje, especialmente en lo referente a las categorías.

CÓMO FUNCIONA LA MENTE SEGÚN PINKER

Steven Pinker, quien se transformara en 1994 en un best seller de la ciencia producida en el MIT [Massachusetts Institute of Technology] con su libro: "El instinto del lenguaje"; publicó en 1997 un libro de divulgación que tituló "Cómo funciona la mente" en donde aporta datos provenientes desde las neurociencias hasta la economía y la psicología social. Los motivos para elegir esta obra para mostrar la visión que tienen algunos psicolingüistas sobre los procesos cognitivos y el manejo de lo mental, son por un lado, la relevancia de la figura de Pinker en la especialidad, y por otro lado, por ser duramente criticada por el mismo Fodor por pecar de excesivamente computacional, entre otras cosas.

En esta obra, el autor trata de fusionar la teoría computacional de la mente y la teoría de la selección natural; el resultado: un engendro no divulgativo llamado 'mente'; o “un sistema de órganos de computación diseñado por la selección natural para resolver los problemas que se les presentaron originariamente a nuestros antepasados”. (Pinker, 2001, p. 12). (sic).

Según este autor, la mente está diseñada para solucionar muchos problemas de ingeniería, por lo que considera pertinente basarse en los descubrimientos hechos por las ciencias cognitivas gracias a la inteligencia artificial, todos ‘superadores’ de nuestra actividad mental diaria.

El concepto de ‘sistema inteligente’ que se deja ver en este escrito supera ampliamente a la ficción, ya que se considera que debe ser algo que esté dotado de una pequeña lista de ‘verdades comunes’ y una serie de reglas que le permitan ‘deducir’ las implicaciones que suponen, aunque estima que las ‘reglas del sentido común’, como él llama a las categorías, son muy difíciles de establecer. (op. cit., p. 30).

La teoría computacional de la mente, que no diferencia muy claramente de la metáfora de la computadora, es para Pinker la explicación de la mente y una prueba irrefutable de esto – nos dice – es la existencia efectiva de la inteligencia artificial, es decir, el hecho de que las computadoras realizan ‘tareas intelectuales’ similares a las humanas. (op. cit., p. 116) Y es así que cualquier parte del ámbito de la neurociencia actual es insensible a la idea de que el procesamiento de la información es la actividad fundamental del cerebro.

De los formatos que el autor acepta para las representaciones de que disponemos en ‘nuestra cabeza’, el que más nos interesa es el mentalés de Fodor; el lenguaje del pensamiento en el que, según parece, se expresa nuestro conocimiento conceptual. El mentalés adquiere en manos de Pinker el estatus de lingua franca utilizada para el tráfico de información entre los módulos mentales, como si cada uno de estos módulos tuviera una ‘lengua distinta’ lo que obligaría a adoptar una ‘lengua limítrofe’ para que todos se puedan ‘entender’. (op. cit., p. 127), dando lugar así a una ‘psique computacional compleja’ (sic).

No creo que sea productivo seguir con el aporte de pruebas sobre cuál es la línea de pensamiento de este psicolingüista, solo nos limitaremos a reproducir algunas más de sus propias palabras que demuestran, no solo lo osado de esta propuesta, sino también, lo poco serio del enfoque y la forma irresponsable que tiene de difundir información que supuestamente viene de uno de los centros élite de la ciencia como es el MIT.

He aquí esas expresiones: a) representar las proposiciones o incluso los conceptos que las componen mediante ‘puertas lógicas’, ya estén hechas estas de neuronas o de semiconductores, es algo que carece totalmente de sentido práctico (op. cit., p. 139); b) tanto los ordenadores como los cerebros representan conceptos como configuraciones de actividad sobre conjuntos de unidades [sin aclarar el significado de los términos utilizados] (op. cit., p. 140); c) en mi trabajo diario como psicolingüista he ido reuniendo pruebas de que incluso la más sencilla de las aptitudes que intervienen cuando se habla inglés, como por ejemplo, la aptitud para formar el pasado de algunos verbos, es desde el punto de vista computacional, demasiado sofisticada como para ser tratada en una única red neuronal (op. cit., p. 153); d) los pensamientos y el pensar no son ya enigmas espirituales, sino procesos mecánicos que pueden ser estudiados (op. cit., p. 176); e) prácticamente desconocemos el funcionamiento de la micro-circuitería del cerebro humano, dada la escasez de voluntarios capaces de donar sus cerebros a la ciencia antes de morir. Si de algún modo pudiéramos leer comparativamente el código en la circuitería neuronal de los seres humanos y los simios, ciertamente hallaríamos diferencias sustanciales. (op. cit., p. 244) y f) sin categorías, la vida mental sería un caos. (op. cit., p. 398) [y a partir de aquí se embarca en una explicación anodina de cómo funcionan las categorías y para ello recurre a los aportes de personajes tan disímiles como Gould y Lakoff].

Es suficiente lo expuesto como para concluir que el tratamiento de lo mental y dentro de este tema, de las categorías en especial, que hace este notorio profesional de la psicolingüística actual, no es el adecuado como para sacar algún provecho a favor de lo psíquico, de esta ‘ingeniería inversa’ como él le llama a esta supuesta deconstrucción mental en la que se embarcó hace ya varios años.

¡Nos vemos mañana!