Historia de la Lógica Transcursiva (Capítulo 202)

Cuaderno IX (páginas 1213 a 1218)

(Continuamos con la segunda y última parte del trabajo: "Pensamiento, Lenguaje y Realidad"; culminando así, el curso de Lingüística Teórica, cuyo examen final debo rendirlo (oral) el 10/12/2006)

Queda así definida la mínima expresión compleja; una unidad que es aplicable a toda la realidad, por lo que se la considera UNIVERSAL. Este PAU (Patrón Autónomo Universal) es la más pequeña evidencia de realidad que podamos concebir; siendo representable a través de una FIGURA DINÁMICA COMPUESTA (Fig. 1). Esta unidad es la base de la estructura real.



Fig. 1 – PAU: Disposición espacio-temporal de las interrelaciones entre los nichos ontológicos
(S = sujeto; O = objeto; V = organización;   = desorganización)

Se pretende abordar las ‘expresiones’ que muestra este lenguaje. A este lenguaje y a todas sus expresiones los llamamos: REALIDAD.

Como tal, no hay nada real que pueda ser considerado extralingüístico.

Realidad es todo lo que existe. Realidad es lo que está constituido por la totalidad de las manifestaciones (expresiones) del lenguaje universal (más él mismo, que también es una manifestación); no por las cosas.

Todas las expresiones, como el lenguaje mismo, están soportados en una ‘trama lógica’.

Esta realidad está organizada, a su vez, en sistemas. Sistemas que solo pueden aislarse uno de otro como un ejercicio analítico, abstracto, ficticio y arbitrario; ya que su separación efectiva los transformaría en ‘partículas’ inertes y sin sentido.

La realidad tiene en sí misma consistencia, y esta consistencia se la da su estructura. Esta estructura se ‘expresa’ de una manera dinámica y funcional.

De esta forma se determina un ‘espacio’ real que se enmarca en tres dimensiones (Fig. 2): su estructura (el QUÉ real), su dinámica (el CUÁNDO real) y su funcionalidad (el CÓMO real). Estas dimensiones se intersecan entre sí (ortogonalmente) y plantean el marco referencial de todo cuanto acaece.


Fig. 2 – Marco referencial de la realidad.

Observando detenidamente el PAU se puede ver que lo componen básicamente dos subestructuras trinarias. Estas subestructuras son las que dan la dinámica a la realidad. La representada por el triángulo, da cuenta de la estructura ‘superficial’ (discreta) de la realidad y la representada por el trifolio, de la estructura ‘profunda’(continua). Ambos son estructuras dinámicas (discurren cíclicamente) que ‘giran’ en sentido opuesto.

Hemos bosquejado los rasgos generales de lo que entendemos por realidad; para ser estrictos, solo hemos delineado uno de los tres sistemas que componen la realidad, el que llamamos: bio-externo. Ahora veremos qué de estos aspectos reales se relacionan con el pensamiento y cómo lo hacen.

Iniciar la tarea de búsqueda de interrelaciones entre el pensamiento y la realidad requiere que caractericemos, de alguna manera, aquello que se supon oficia de contenedor del pensamiento. Para evitar ambigüedades no se hará referencia a la mente, ni a la razón, ni a la inteligencia. Para nosotros, todos los elementos ‘abstractos’ (por llamarlos de alguna manera) tienen un solo depositario: la psiquis(segundo sistema real o psico-interno).

Esta psiquis tiene también (igual que el sistema bio-externo) una estructura. Sin entrar en demasiado detalle (para no ir más allá de nuestro propósito inicial), diremos que estructuralmente es homóloga al sistema anterior.

La psiquis se estructura desde disposiciones internas, pero y fundamentalmente, influenciada por el sistema bio-externo.

Los constituyentes de la psiquis guardan un origen, un orden y tienen una función equivalente a los ‘nichos ontológicos’ del sistema bio-externo. Están dispuestos espacial y temporalmente, también en una forma equivalente. Lo anterior nos permite concluir que debe tener dos subsistemas, uno equivalente a lo superficial y otro a lo profundo. Aquel que representa lo discreto (superficial) de lo exterior, lo llamaremos IDEA y da la base estructural concreta de la psiquis. El que representa lo continuo (profundo) de lo exterior, lo llamaremos PENSAMIENTO y es la base funcional psíquica. Idea y pensamiento son opuestos, complementarios y concurrentes; es decir, constituyen una unidad compleja que representa, a su vez, la complejidad bio-externa. Temporalmente hablando, la idea está regida por lo que caracterizamos como tiempo externo, cuyos elementos son: el antes, el ahora y el después. En cuanto al pensamiento, lo rige lo que llamamos tiempo interno, el cual tiene como elementos: el pasado, el presente (que incluye el ahora) y el futuro. Podemos ver que hay algo en común entre ambos tiempos; efectivamente, el ahora. Este ‘ahora’ es la coincidencia dinámica que asegura la ligazón entre ambos subsistemas; lo que determina la unidad dinámico-funcional y estructural de la psiquis.

Veamos rápidamente, cómo funciona la representación de esta correspondencia que acabamos de plantear.

Los emergentes reales (los PAU) como vimos, son unidades complejas que expresan una apariencia (el ‘fenómeno’), un ser y una esencia; reales. Tienen, por decirlo así, una ‘cáscara’ (la apariencia); una capa externa (lo particular o ser) y una capa interna o núcleo (lo general o esencia).

Esto es lo que se ofrece a la percepción y forma parte de la existencia; constituyéndose en un SIGNO (un hecho de W).

El humano al percibirlo; vale decir, al sacarle (negarle) lo aparente (esto es en definitiva percibir), desdobla al hecho (PAU) en sus constituyentes básicos. La capa externa (lo particular) es representado a través de su temporización externa (que se dispone espacialmente en forma de espiral), como un signo, en una idea (estructura psíquica). El núcleo (lo general) es representado a través de su temporización interna, como un SÍMBOLO y es lo que da SENTIDO a la idea.

A través del lenguaje natural (como veremos) se proyecta este símbolo a modo de representación (por una nueva negación). Es un símbolo (y no un signo, a pesar de tener la misma apariencia) ya que ‘muestra’ una estructura como una función; es decir, como un SIGNIFICADO.

La psiquis, de esta manera, se comporta como un ‘filtro’ que reserva la esencia de los hechos (su sentido) en el pensamiento, y los proyecta en el lenguaje natural como una falsa estructura, a través del significado de la idea; esto es, a través de una función.

Visto superficialmente el lenguaje natural es una manifestación carente de estructura real, pues, lo que uno investiga cuando interviene es un ‘espejismo’ y no la estructura real del pensamiento, como se pretende

Hay una correspondencia entre la idea (o signo) y el ser de los hechos y entre el pensamiento ( o símbolo) y la esencia de los mismos.

Veamos qué es lo que liga el pensamiento y el lenguaje natural; entrando así a considerar el tercer sistema real: el socio-cultural.

Un símbolo designa en una unidad compleja su vertiente continua (la función) y está representado en la psiquis por el pensamiento y expresado en el lenguaje natural, por los tiempos de verbo. La vertiente discreta de la unidad compleja está representada por el lenguaje natural y expresada por la sintaxis. Esta estructura aunque semejante a la estructura real y la representación psíquica identificada por la idea, no dice de la estructura psíquica, sino que expresa de una manera funcional, lo que un hecho es, según se nos aparece; y esto se hace evidente en su aplicación. La pragmática muestra lo que el símbolo esconde.

Sólo el aspecto dinámico del símbolo (el pensamiento) tiene sentido, porque representa cabalmente un prototipo lógico; en el contexto del aspecto estático (el lenguaje), un nombre (el contenido convencional del símbolo) tiene significado. Su uso muestra la relación esencial entre los sistemas reales que le dan origen. Esto lo hace de la única forma posible: a través de la EXPRESIÓN. Esta última es lo único que es constante, pues ‘muestra’ la situación relacional que estructura toda la realidad (la proyección de la figura); todo lo demás es variable.

Consideramos el símbolo como una función de la estructura que lo contiene (la expresión).

El signo es lo estructurante (el QUÉ) y el símbolo lo estructurado (el CÓMO).

Dice W, en el aforismo 3.32 del TLF: ”El signo es la parte del símbolo perceptible por los sentidos”. En nuestro caso, más bien lo invertiríamos: el símbolo expresa la relación esencial que nuestros sentidos tienen con la realidad; expresa en fin, aquello que del PAU es perceptible, a saber: el fenómeno y el ser de los hechos; o sea, tal cual se nos aparecen.

Todos los símbolos tienen en común este prototipo sígnico. Esto constituye el lenguaje genérico que tiene un sustento en la lógica transcursiva y que es el único que está exento de ambigüedad.
El signo no tiene sentido, ni significado; solo es y existe.

El símbolo, como función, tiene como argumento al signo; en otras palabras, el pensamiento es función de la idea y es quien porta el sentido. Esta función está representada por los tiempos de verbo (en su aspecto temporal interno).

Un símbolo dinámico (interno; la mitad continua) representa una función estructurada (la que expresa el proceso mismo de simbolización); en contrapartida, un símbolo estático (su mitad externa; discreta) representa una estructura funcionarizada. (Fig. 3)


Fig. 3 – Relaciones entre pensamiento y lenguaje

Al pasar la función, en el lenguaje, a ser su propio argumento, deja de expresar la esencia del hecho representado en el pensamiento. Por tanto, la estructura, al pasar a ser función deja de expresar la estructura psíquica.

Esta inversión ‘paradojal’ hace que sea imposible captar la ‘lógica’ que estructura el lenguaje natural y por ende, el pensamiento, desde donde emana. Por esta razón, el lenguaje no puede decirnos nada de sí mismo y mucho menos, de lo que lo originó. El ojo no puede verse a sí mismo. Puede describir lo que ve pero, no puede ‘verse’ viendo.

¡Una función no puede ser su propio argumento!

Esta aparente falla lógica es subsanada arbitrariamente por medio del significado. Asignamos convencionalmente (ad placitum) argumentos a una función que no es tal. Usamos una función continua (tiempos de verbo) como argumento de una estructura. Por eso, el lenguaje simbólico es ambiguo (la religión y la filosofía también). Esto explica la polisemia. Es el mismo fenómeno que se da al describir matemáticamente un acontecimiento continuo (real); no hay otra opción que ‘linealizarlo’; describirlo en infinitésimos pasos pero en definitiva es discretizarlo.

El lenguaje es un discretizador de la realidad. Esto es así visto desde la óptica de la lógica aristotélica; que de paso sea dicho, no es apta para explicar un sinnúmero de ‘paradojas’ que surgen a cada paso en el camino de la investigación del lenguaje (pero, eso es otro tema).

De todo lo anterior surge que, si queremos acercarnos un poco más a lo que realmente es el lenguaje simbólico, debemos cambiar el método de estudio. Esto no significa otra cosa que, y fundamentalmente, cambiar la lógica que sustenta su estructuración y desenvolvimiento. Volvamos a insistir: el problema básico en el estudio del lenguaje simbólico, es que se desconoce o no se comprende su lógica. Hay que buscar la manera de ‘extraer’ lo que ‘oculta’ el símbolo.

La disposición de los espacios ontológicos, dadas sus relaciones en el PAU, determinan un lugar ‘geométrico’ que es un lugar ‘óntico’. La existencia de este lugar está dada por la existencia de los espacios constitutivos. Esta misma ‘geometría’ está diseminada estructuralmente en todos los sistemas reales; o sea, en toda la realidad. Así por ejemplo, en el sistema psico-interno, esta disposición determina la existencia de un ESPACIO PSÍQUICO, en donde opera la lógica que anima todo lo real y por supuesto, al lenguaje simbólico mismo.

El lenguaje enmascara al pensamiento; no lo hace evidente. El significado nada dice del sentido; ni el ser, de la esencia. Para comprender el lenguaje hay que cambiar el punto de vista lógico. El secreto está en parte, en lo estructural. Hay, como hemos dicho, una homología entre la realidad representada y el representante; lo cual se equipara relacionalmente en el origen y en el orden; pero también, en la función.

El aparente aspecto ‘desmadejado’ del lenguaje, impide darse cuenta que su lógica, es un ‘ensamble’ entre lo continuo y lo discreto; en donde, esto último es lo que se muestra directamente. El otro aspecto queda ‘oculto’ a los ‘ojos’ de lógica tradicional. De allí entonces, que lo que se afirma con tanta vehemencia como respuesta a un problema de vida (real), no sea más que un ‘sin sentido’; pues en la realidad, ni siquiera existe tal problema. Se insiste: el significado no es el sentido

El hecho de equiparar significado y sentido es plantear un problema irreal que ya tiene respuesta establecida de antemano (es como las categorías kantianas en donde, al basarse en juicios, coloca dentro de ellas, lo que espera luego encontrar). Ya Russell mostró que, la forma aparente de los planteos lógicos (clásicos), no necesariamente debe respetar su disposición real.
El símbolo es la ‘figura’ de la realidad; es un modelo que queda ‘estampado’ a fuego en nuestra psiquis.

La similitud; o mejor, la homología entre los distintos sistemas reales, no es para nada evidente, y, he aquí la causa del malentendido (incomprensión) con la teoría de W.

Resumiendo entonces, lo homólogo: la moneda de cambio, el nexo en la realidad toda es netamente estructural; esa homología es su verdadera estructura lógica.

Esto es lo que liga los aspectos psico-bio-socio-culturales de la realidad.

Si aceptamos lo anteriormente propuesto, podemos luego ver claro, por qué comprendemos el signo real (PAU – hecho) sin necesidad que nadie nos lo explique. Simplemente es porque nuestra psiquis tiene la misma estructura (en el sentido antes presentado) que ese signo. Obviamente, el lenguaje para poder comunicar ese aspecto de la realidad por nosotros comprendido, debe tener también, la misma estructura. Esto último asegura la comprensión por parte de otra persona, de la descripción de los signos reales que yo hago al comunicarme mediante el lenguaje; que a la sazón, tiene la misma estructura que la psiquis de quien trata de interpretarme.

Queda expuesto así, este maravilloso mecanismo que hace posible comprender el sentido de los hechos, sin mediar explicación alguna. Este sentido queda plasmado en el pensamiento (la vertiente continua o interna del ensamble simbólico). La otra mitad de este proceso, se explicita en el símbolo lingüístico verbal (la vertiente discreta o externa del ensamble simbólico) que, al llegar a otro individuo a través del significado que se dan a los hechos, genera en su psiquis la ‘comprensión’ (sin mediar explicación) del sentido de este ensamble que queda registrado en su pensamiento.

Así el símbolo (en sentido lato) muestra su sentido (el sentido de la realidad que representa) generando estructura psíquica.

Hay que aclarar que no se da la misma secuencia en la compresión del estado de los hechos que yo hago, que aquella que surge en alguien que interpreta mi lenguaje; el cual está tratando de describir ese mismo estado de cosas.

Cuando yo comprendo las cosas reales, lo hago directamente, sin mediar interpretación de mi parte ya que queda plasmada la estructura real, en mi estructura psíquica (que es mi idea); luego de allí surgirá el lenguaje (esto es lo que llamamos función estructurada: un pensamiento en función de una idea). En cambio, en quien me interpreta, se sigue el camino inverso; la comprensión surge al registrar el sentido de lo que se interpreta, en un pensamiento (es lo que llamamos estructura funcionarizada). Esta estructura tiene distinta connotación que la que surge desde nuestra experiencia directa. Esta última es inconciente, la primera no.

Una cosa es comprender un hecho por haberlo vivido, lo cual queda indeleblemente ‘grabado’ en la psiquis como parte de su estructura básica; y una muy otra es, comprender un hecho porque nos lo contaron en donde, aunque también se genera estructura, no tiene la jerarquía de ‘andamiaje psíquico profundo’, sino mucho más superficial y la cual solo puede utilizarse mediante una elaboración conciente. Esto último no moviliza nuestras ‘entrañas psíquicas’, solo las ‘adorna’. Así se puede explicar por ejemplo, el éxito que tienen las buenas técnicas teatrales que de distintas maneras logran no solo ‘adornar’ nuestra estructura psíquica, sino que hacen entrar en ‘resonancia’ por ‘sintonización’, nuestra estructura básica (nuestras ideas) y así, sin lograr estructura psíquica primaria (algo imposible por parte de un extraño a nosotros), movilizan nuestras ‘entrañas psíquicas’ de tal manera, que nos hacen creer que lo que estamos viendo y oyendo, es efectivamente ‘vivido’ por nosotros; que es nuestra propia experiencia y no solo, una mera comunicación de un pensamiento de otra persona a la que estamos tratando de interpretar.

A modo de resumen final, este ‘grafity’






Bibliografía

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WITTGENSTEIN, L. Tractatus Logico-Philosophicus. (TLF) Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. (W)

Octubre de 2006                                                                 DANTE ROBERTO SALATINO

[continuará ... ]

¡Nos vemos mañana!